Por Andrés Oppenheimer
Después de varias décadas de escribir sobre América Latina, pensé que ya no había nada que pudiera sorprenderme. Pero cuando un conocido economista internacional me dijo que es probable que Venezuela tenga una tasa de inflación de 10 millones por ciento en 2019, no pude creer lo que escuchaba.
¿Diez millones por ciento al año?, le pregunté. ¿Escuché bien?
Alejandro Werner, director del departamento del Hemisferio Occidental del Fondo Monetario Internacional, asintió, y me confirmó que no estaba alucinando.
“Sí, 10 millones por ciento, porque los precios en Venezuela se duplican o triplican cada mes y esto, cuando lo llevas a 12 meses, te genera una inflación exponencial”, dijo Werner. Añadió que la economía venezolana se redujo en un 18 por ciento en 2018, para una contracción total del 50 por ciento en los últimos cuatro años. Y proyectó que caerá otro 5 por ciento en 2019.
Jorge Familiar, el vicepresidente del Banco Mundial para América Latina, me dijo que sus estimaciones son muy similares. Cuando le pregunté a Familiar por cuánto tiempo puede un país continuar con esas tasas de inflación sin caer en un caos total, respondió: “Creo que no tenemos un precedente de un país que haya tenido estos niveles de inflación por un período de tiempo tan largo”.
Si se materializan estas proyecciones del FMI y el Banco Mundial, el hambre y la violencia aumentarán aún más en Venezuela, y millones más intentarán huir del país.
Según un reciente estudio de Brookings Institution, 8.2 millones de venezolanos, incluidos los tres millones que ya han abandonado el país, huirán del país en los próximos dos o tres años.
Pero el secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA), Luis Almagro, me dijo esta semana que el éxodo de Venezuela podría ser incluso mayor.
“Creo que la cifra de 8 millones incluso puede quedarse corta considerando la dimensión de la crisis que está viviendo Venezuela”, me dijo Almagro. “Pueden llegar a haber hasta 10 millones de venezolanos que tengan que abandonar el país en los próximos cuatro años”.
Esa sería una crisis migratoria más grande que la de los refugiados sirios que ha sacudido a la Unión Europea. Sin duda, sería un éxodo masivo sin precedentes en América Latina en los últimos tiempos.
Por supuesto, es probable que el dictador venezolano Nicolás Maduro esté feliz con la idea de que se vayan millones más de venezolanos, y que él se quede en el país con una masa de gente empobrecida y fácilmente controlable con subsidios de alimentos del gobierno, que reciban dólares de sus familiares en el exterior. Cuba ha venido haciendo esa “limpieza política” desde hace casi seis décadas, y su dictadura ha logrado seguir en el poder.
Pero puede que a Maduro no le resulte fácil salirse con la suya. No hay forma de que Colombia, Brasil y otros países del vecindario acepten absorber de 8 millones a 10 millones de refugiados venezolanos, a menos que reciban un paquete masivo de ayuda internacional que no veo en el horizonte cercano. Muchas de las escuelas y hospitales de Colombia ya están hacinadas.
La crisis humanitaria de Venezuela perjudicará directa o indirectamente a todos los países de la región. Será, con mucho, el problema más urgente de América Latina, y países como México, que han sugerido que no se unirán a los esfuerzos diplomáticos internacionales para restaurar la democracia en Venezuela, no podrán hacerse los distraídos.
El drama de Venezuela puede incluso convertirse en una crisis internacional, especialmente después de los informes de que dos bombarderos Tu-160 rusos con capacidad nuclear aterrizaron en Venezuela este mes, y Maduro afirmó que recibirá más asistencia militar rusa. Si se materializan las proyecciones de 8.2 millones a 10 millones de refugiados, Venezuela se convertirá en un foco de tensiones mundial, como el Medio Oriente.
Me gustaría haber terminado mi última columna del 2018 con una nota más optimista, pero éste es –y será en el año entrante– el tema del momento. ¡Les deseo a todos felices fiestas, y un muy buen 2019!