Hay algo que pasó casi desapercibido en medio de las buenas noticias sobre el éxito de las vacunas para el COVID-19 de los laboratorios Moderna y Pfizer: fueron creadas por inmigrantes, cuyas visas podrían haber sido rechazadas por las absurdas políticas antiinmigratorias del presidente Trump.
Trump, que inició su campaña de 2016 prometiendo tomar medidas enérgicas contra la inmigración ilegal, ha estado cerrando cada vez más el ingreso de estudiantes extranjeros y profesionales calificados a Estados Unidos. Ha sido una política increíblemente miope que puede dañar a este país por muchos años.
Moderna, la primera compañía en anunciar un éxito de casi el 95% en las pruebas de vacuna contra el COVID-19, fue fundada por el inmigrante libanés Noubar Afeyan, quien vino a Estados Unidos para obtener su doctorado en ingeniería bioquímica en el Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT). Desde entonces, ha creado o co-fundado 38 empresas, y ha registrado más de 100 patentes.
El presidente de Moderna es Stephane Bancel, un inmigrante francés que llegó a los Estados Unidos para hacer su posgrado en ingeniería química en la Universidad de Minnesota y luego obtuvo una maestría en Administración de Empresas en Harvard.
El director médico de la firma es Tal Zaks, un israelí que vino a este país para realizar sus estudios post-doctorales. La vacuna de Pfizer tiene una historia similar, ya que fue creada por dos inmigrantes turcos en Alemania.
Pero esas no fueron las únicas historias de éxito de inmigrantes que fueron noticia mundial en días recientes. La compañía aeroespacial SpaceX que fue la primera empresa privada que conjuntamente con la NASA envió una nave espacial tripulada a la Estación Espacial Internacional, fue fundada por Elon Musk, un inmigrante sudafricano.
El 45% de las empresas de la lista Fortune 500 de las compañías más grandes de Estados Unidos fueron creadas por inmigrantes o por sus hijos, según un estudio reciente. Entre ellos se encuentran los fundadores de Amazon, Apple y Google.
Y, sin embargo, Trump ha estado poniendo cada vez más trabas a las visas para estudiantes y profesionales extranjeros, como parte de su cruzada populista contra la inmigración.
El número de nuevos estudiantes extranjeros que estudian presencialmente o en línea en universidades estadounidenses se redujo en un 43% este año, según el Instituto de Educación Internacional. Aunque el descenso de este año se debe en parte a la pandemia, el número de estudiantes extranjeros en Estados Unidos había disminuido de 903,000 en 2016 a 851,000 en 2019, según el estudio Puertas Abiertas del Departamento de Estado.
“Trump se ha centrado cada vez más en reducir la inmigración legal”, dice Vivek Wadhwa, profesor de la Facultad de Derecho de Harvard y autor de varios libros sobre inmigración e innovación. “Ha estado saboteando la inmigración de mano de obra calificada en los últimos seis meses”.
El presidente electo Joe Biden debería poner fin a esta tontería, revirtiendo muchas de estas medidas que Trump aprobó por decretos presidenciales. Además de colocar obstáculos burocráticos, Trump desalentó indirectamente la inmigración de estudiantes internacionales y trabajadores calificados con su retórica xenófoba, que hizo que muchos extranjeros brillantes escogieran ir a estudiar o trabajar a Canadá, Australia u otros países.
“Biden debería resucitar la idea de que Estados Unidos es un país de inmigrantes”, me dijo Dany Bahar, economista y experto en inmigración de Brookings Institution. “Debería enviar el mensaje de que Estados Unidos está abierto al talento de cualquier parte del mundo”.
Si no fuera por los estudiantes internacionales y los inmigrantes calificados, probablemente Estados Unidos hubiera tenido que esperar mucho más para tener una vacuna COVID-19, o para enviar un cohete tripulado privado al espacio, o para muchas otras innovaciones que han ayudado al desarrollo de este país. ¡El momento de poner fin a las disparatadas políticas anti-inmigrantes de Trump no podría haber llegado antes!