Cuando leí que 52 jefes de estado de todo el mundo están asistiendo al Foro Económico Mundial (FEM) de esta semana en Davos, Suiza, pero sólo tres de ellos son de América latina, me vino a la mente un viejo chiste: América Latina nunca se pierde una oportunidad de perder una oportunidad.
En efecto, entre quienes fueron a la reunión se encuentran los jefes de estado de Alemania, España, Finlandia, Corea del Sur, Filipinas y decenas de otras naciones europeas, asiáticas y africanas, así como más de 600 presidentes de empresas multinacionales, 56 ministros de Finanzas, 19 presidentes de bancos centrales, 30 ministros de Comercio, 35 ministros de Relaciones Exteriores y la directora del Fondo Monetario Internacional, según la lista de asistentes en el sitio web del FEM.
La reunión anual es una de las pocas oportunidades para que los países promuevan sus oportunidades de inversión, comercio y turismo entre los líderes empresariales mundiales.
Sin embargo, América Latina está casi ausente de la reunión. En la lista oficial de figuras públicas que participan hay sólo tres jefes de estado latinoamericanos, los presidentes de Colombia, Ecuador y Costa Rica.
México, que podría ser el mayor beneficiario de la creciente tendencia hacia una regionalización del comercio mundial, ni siquiera envió a su Secretario de Hacienda. Peor aún, ni un solo funcionario del gobierno mexicano figura como asistente a la reunión.
Argentina, cuyo gobierno populista dice estar llevando a cabo con éxito un programa del FMI para reactivar su economía, está igualmente ausente. Al momento de escribir estas líneas, no hay ningún funcionario argentino en la lista de asistentes del FEM.
Brasil y Perú enviaron a sus ministros de finanzas y otros funcionarios de alto rango. Pero, en general, la presencia latinoamericana fue mínima en comparación con la de los países asiáticos y africanos.
Es cierto que el FEM es objeto de varias críticas. Muchos consideran que se centra demasiado en temas ambientales y sociales a expensas de los asuntos económicos. El CEO de JPMorgan, Jamie Dimon, ha descrito esta reunión anual como “el lugar donde los multimillonarios les dicen a los millonarios lo que siente la clase media”.
Aun así, los presidentes latinoamericanos deberían haber aprovechado esta oportunidad para tratar de atraer inversiones extranjeras y salir de la crisis económica regional.
El Banco Mundial proyecta que la economía de la región crecerá sólo un 1,3 por ciento este año, menos de la mitad de lo que creció el año pasado, según el Banco Mundial. La tasa de pobreza de América Latina ha pasado del 28 % en 2014 al 32 % en la actualidad, según las Naciones Unidas.
Y hoy en día, a diferencia de lo que sucedía hace dos décadas, América Latina ya no puede confiar en China como una tabla de salvación, porque la economía de China se ha desacelerado.
Irónicamente, a pesar de una ola de populismo, los países latinoamericanos tienen una gran oportunidad para atraer inversiones, porque las principales empresas multinacionales estadounidenses están ansiosas por diversificar sus cadenas de suministro hacia otros lugares fuera de China.
Las grandes corporaciones se asustaron durante la pandemia de COVID-19 cuando no pudieron importar máscaras faciales, autopartes y otros suministros de China porque las fábricas chinas estaban cerradas. Y muchas compañías estadounidenses temen más interrupciones en sus importaciones si siguen creciendo las tensiones comerciales entre Washington y Beijing, o si hay un conflicto internacional sobre Taiwán.
Apple anunció recientemente que trasladará su producción del iPhone 14 de China a India. Otras multinacionales están trasladando algunas de sus fábricas a Vietnam y otros países asiáticos.
Los presidentes de México y otras naciones latinoamericanas podrían haber ido a Davos y decirle a los líderes empresariales reunidos allí: “¡Vengan a invertir en mi país! Nuestros salarios son los mismos que los de China, si no más bajos. Y estamos en la misma zona horaria que los Estados Unidos, y mucho más cerca del mercado estadounidense que China”.
Pero en lugar de hacer eso, la mayoría de los mandatarios latinoamericanos se quedaron en casa. Perdieron una oportunidad fantástica de atraer inversiones y reducir la pobreza.
¡Una vergüenza!