Maribel Hastings y David Torres
Hace casi un año escribimos en este espacio que con Título 42 o sin él los inmigrantes seguirían arriesgándolo todo para cumplir su cometido de llegar a Estados Unidos. Y aunque una vez finalizada la implementación de la medida sanitaria el pasado 11 de mayo no se ha producido el caos que algunos temían y otros vaticinaban para sacar ventaja política del tema, los migrantes siguen intentando llegar.
Es decir, se trata de un desplazamiento natural y lógico que ya todos deberían asumir como una realidad no sólo continental, sino mundial, misma que obedece a circunstancias fundamentalmente económicas, pero también a situaciones de violencia, persecución o estragos climáticos. De tal modo que una medida como el Título 42, la Guardia Nacional en la frontera o grupos antiinmigrantes vociferando su retórica xenófoba no serán obstáculos insalvables para quienes buscan refugio y protección, tanto para ellos como para sus familias.
Pero el relativo orden que se ha presenciado hasta ahora en la frontera sur puede responder a muchos factores. Uno de los principales es que del mismo modo que la desinformación de fronteras “abiertas” se riega como pólvora, ocurre lo mismo con la noticia de que esa franja no lo está, y que ingresar sin hacerlo a través de mecanismos legales supone penas severas, incluyendo una deportación inmediata si quienes buscan asilo no pueden probar miedo creíble. Es por eso que muchos han preferido recurrir a la aplicación CBP One para sacar una cita para solicitar asilo, con todo y sus fallas.
Basta con que se empiece a normalizar la vida en la frontera más activa del planeta para volver a ver nuevas rutas de llegada, incluso más peligrosas, como una especie de ritual migratorio que se repite todo el tiempo, muy a pesar del juego político en el Poder Legislativo que no ha sido capaz de dar una respuesta a la urgente necesidad de componer un sistema migratorio rebasado hace mucho tiempo.
Además, la presente situación ha evidenciado muchas cosas, entre otras, que la frontera tiene vida propia, con Título 42 o sin éste; que nuestro sistema migratorio, en efecto, está descompuesto y obsoleto, al grado de que la nación más poderosa del planeta no tiene la capacidad o, en todo caso, no quiere tener la capacidad de contar con las instalaciones y el personal requeridos para procesar de manera seria y exhaustiva a quienes se han jugado la vida para llegar a este punto.
Por otro lado, lo que reporta la prensa, sobre todo en español, acerca de albergues repletos, por una parte, y centros de detención, por otra, es para horrorizar a cualquiera. Es también evidente que la forma en que el gobierno ha manejado esta situación, con severas restricciones a las leyes de asilo, tiene el fin de disuadir a otros para que no traten de llegar.
En un reportaje de la BBC, publicado en La Opinión, un migrante colombiano que cruzó la frontera con su familia con la esperanza de solicitar asilo, narra una verdadera historia de horror sobre su experiencia tras ser detenidos y posteriormente deportados a Colombia. El migrante, Felipe, afirma que nunca se les brindó la oportunidad de presentar su caso.
“En mi cabeza era otra la cultura estadounidense. Yo pensaba que cuidaban a los niños, a las mujeres, y en ningún momento eso se vio reflejado en esos centros de detención. Si esa es la puerta de entrada, yo no me imagino la xenofobia que se debe vivir en otras ciudades. De verdad, ante el mundo esto es gravísimo. Es una superpotencia mundial pasando por encima de todo el mundo de una manera impresionante. Esto a mí me tiene aterrado, yo no salgo del asombro”, dijo Felipe.
Con ejemplos como el de Felipe, y muchos más, es bastante obvio que éste no es el mejor momento para los inmigrantes; o, en otras palabras, no es el mejor momento para ser pobre y necesitado de todo, especialmente para los migrantes de color. Punto. También es obvio que el sistema económico dominante que rige al mundo necesita un ajuste profundo; pero para que eso ocurra, Estados Unidos y el resto de naciones poderosas necesitan asimismo un ajuste de valores y principios, lo cual no va a ocurrir lamentablemente en esta generación, si tomamos en cuenta lo que está ocurriendo ahora mismo en el ámbito migratorio en todo el continente y la perversa politiquería que hay de por medio, entre quienes satanizan al migrante y quienes prometen sin cumplir.
Es decir, los últimos hechos tras el fin del Título 42 nos ofrecen el panorama de siempre, con un gobierno de Estados Unidos apagando fuegos aquí y allá sin que nunca se atajen de raíz las verdaderas razones que nos han llevado a este punto. Entre otras, la falta de programas realmente efectivos que aborden los problemas que existen en los países que más migrantes envían.
También han sido muchas las iniciativas regionales que no pasan del intento. Y, lo ya sabido, la falta de una reforma migratoria que aborde todas las necesidades: una cifra de visas de trabajo que cubra las necesidades económicas de mano de obra en diversos sectores; que agilice el proceso de peticiones de familiares, ya que en la larga espera muchos optan por venir sin documentos en regla; un ajuste de las leyes de asilo, a tono con las necesidades; y el desarrollo de iniciativas que reconozcan que los flujos migratorios seguirán dándose bajo el Título 8 o las circunstancias que sean, y que ello debería verse como una oportunidad y no como una crisis que siempre hay que solucionar con mano dura.