Durante los últimos días, en forma inimaginable, las fotos de integrantes de familias deportadas, unas 200 personas, refugiadas en el kiosco de la plaza de la República, ubicada precisamente frente al puente internacional de Reynosa que conecta con la ciudad texana de Hidalgo, han dado la vuelta al mundo.
Las han exhibido agencias informativas internacionales replicadas en los más importantes periódicos de Estados Unidos y Europa así como los de circulación nacional mexicana y, desde luego, los locales. Las crónicas televisivas y radiofónicas han sido incontables, y seguramente seguirán siendo, refiriéndose a este grupo abandonado a su suerte que, buscando el sueño americano, fue deportado a México sin que, hasta hace poco tiempo, tuviese la posibilidad de que sus integrantes retornen a sus países de origen, principalmente Guatemala, El Salvador y Honduras.
Diríamos en el lenguaje coloquial, “ya no quieren queso, sino salir de la ratonera”.
De acuerdo con información proporcionada por el titular del Instituto Tamaulipeco para los Migrantes en esa localidad, Ricardo Calderón, una organización filantrópica hará posible, si no es que ya lo está haciendo, que los integrantes de este desfavorecido grupo retornen a sus países de origen, frustrados de su aventura, con la esperanza de un mundo mejor deshecha y, lo peor, enfrentándose de nuevo a las amenazas que los motivaron a salir de su patria.
Pero hay otros niños, esos no han sido aparentemente deportados, esos son residentes locales, que mucho antes de que este grupo de extranjeros refugiados temporalmente en Reynosa fueran noticia, ya estaban justo a la salida de la revisión aduanal a que se someten quienes visitan esta ciudad fronteriza procedentes de Texas.
Esos niños, en brazos de quien se suponen son sus padres, tutores o familiares, expresan mediante carteles o de viva voz, acercándose a los conductores de los vehículos que incursionan en esta urbe reynosense, la necesidad de ser ayudados, algunos de ellos por sufrir enfermedades o por carecer de recursos para su diaria supervivencia. También hay adultos e, inclusive, en ocasiones, personas en sillas de ruedas.
Esos han estado ahí desde hace tiempo, si acaso las caras han ido cambiando, pero la necesidad de ayuda se sigue manifestando.
¿Es real la demanda de solidaridad a la que apelan o es, por otra parte, una simulación con el fin de acceder a la caridad pública y disfrutar de los óbolos que los visitantes tengan a bien otorgarles?
No lo sabemos.
Pero tampoco sabemos si sobre esa franja de terreno federal donde se encuentran haya alguna autoridad de cualquiera de los niveles, federal, estatal o municipal, que tenga la facultad o disponibilidad para atender sus demandas de ayuda que casi seguro sea justificada.
Son, por otra parte, esos grupos desvalidos apelando a la benevolencia de los conductores internacionales la primera impresión que los visitantes reciben al llegar a México.
¿Es posible para ellos, de ser cierta la situación de infortunio que exhiben, que también sean considerados dentro de los programas sociales de ayuda existentes y se les brinde, así como a los extranjeros, los recursos para superar su problema?.
Es pregunta.