Maribel Hastings
Con la muerte del papa Francisco se silencia la voz de uno de los más acérrimos defensores de los inmigrantes y los refugiados en momentos en que estos enfrentan uno de los capítulos más duros a nivel mundial, particularmente en Estados Unidos, donde el presidente Donald Trump encabeza una cruzada antiinmigrante que afecta incluso a ciudadanos y residentes autorizados.
El papa Francisco no titubeó en condenar las políticas migratorias de Trump. Cuando fue candidato presidencial en 2016 y propuso el muro en la frontera con México, el papa afirmó que quien “sólo piensa en construir muros y no en construir puentes, no es cristiano”.
Cuando Trump ganó la presidencia, el papa condenó la política de separación de familias en la frontera de su primera administración catalogándola de “inmoral”.
En febrero de este año, en la segunda administración Trump, el papa condenó la política de deportaciones masivas y escribió una carta a los obispos de Estados Unidos donde afirmó lo siguiente:
“La conciencia rectamente formada no puede dejar de realizar un juicio crítico y expresar su desacuerdo con cualquier medida que identifique, de manera tácita o explícita, la condición ilegal de algunos migrantes con la criminalidad”. Y agregó que “el acto de deportar personas que en muchos casos han dejado su propia tierra por motivos de pobreza extrema, de inseguridad, de explotación, de persecución o por el grave deterioro del medio ambiente, lastima la dignidad de muchos hombres y mujeres, de familias enteras, y los coloca en un estado de especial vulnerabilidad e indefensión”.
Fue más allá al indicar que “un auténtico estado de derecho se verifica precisamente en el trato digno que merecen todas las personas, en especial, los más pobres y marginados”.
Recién este domingo de Pascua, en un mensaje leído por un ayudante a la multitud congregada en la Plaza de San Pedro, el papa abordó una vez más el tema de los inmigrantes: ¡Cuánto desprecio se suscita a veces hacia los vulnerables, los marginados y los migrantes!”
Y es que los contrastes entre la compasión y humildad del papa Francisco, el primer sumo pontífice latinoamericano, argentino hijo de inmigrantes italianos, y la crueldad y la soberbia de Trump y de su gobierno no pueden ser mayores.
Tal y como se advirtió cuando sus planes de deportaciones masivas eran solo eso, planes, el uso de perfiles raciales ya es real y son varios los casos de ciudadanos estadounidenses que han sido detenidos por las autoridades migratorias. Todavía no se reporta que hayan sido deportados, pero no sorprendería en lo absoluto que ocurriera. En esta atmósfera cualquiera, incluidos los ciudadanos, pueden ser detenidos y deportados.
Asimismo, el gobierno de Trump sostiene una guerra con los tribunales, incluido el máximo tribunal de la nación, desafiando fallos y órdenes que buscan impedir la deportación sumaria de inmigrantes sin que medie la oportunidad de una audiencia ante un juez, particularmente en el caso de los deportados a la temida cárcel CECOT en El Salvador. Trump desafía el fallo del Supremo de “facilitar” el retorno a Estados Unidos de un residente legal, Kilmar Ábrego García, deportado “por error” a El Salvador.
Mientras se suscita esta lucha entre los poderes judicial y ejecutivo, ya que el legislativo es un sello de goma de Trump con mayorías republicanas en ambas cámaras, muchos se preguntan quiénes tomarán el batón para continuar este relevo en defensa de todos los sectores atacados por Trump: la clase trabajadora, quienes dependen de programas vitales como Seguro Social, Medicare y Medicaid, SNAP y Head Start, la comunidad LGBTQ+, los inmigrantes, el estado de derecho, el debido proceso de ley, la democracia misma.
Por eso hay que resistir.
En su carta a los obispos, el Papa hizo un llamado: “Exhorto a todos los fieles de la Iglesia católica, y a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, a no ceder ante las narrativas que discriminan y hacen sufrir innecesariamente a nuestros hermanos migrantes y refugiados. Con caridad y claridad todos estamos llamados a vivir en solidaridad y fraternidad, a construir puentes que nos acerquen cada vez más, a evitar muros de ignominia, y a aprender a dar la vida como Jesucristo la ofrendó, para la salvación de todos”.
Ciertamente, en esta coyuntura urgen más Franciscos en defensa de los inmigrantes.