Por José Luis B. Garza
En los años noventas, un destacado líder hispano estadounidense expresó durante un discurso en una de las convenciones de la Asociación Nacional de Publicaciones Hispanas de los Estados Unidos que deberíamos prepararnos para entender la diversidad y la migración, porque durante el siguiente siglo, o sea en el que ya estamos viviendo, sería un tema de gran importancia con grandes repercusiones en el mundo, pero particularmente en la Unión Americana.
Y tenía razón.
La migración, sobre todo la forzada y la que llega indocumentada al país de su destino, ha sido parte de la agenda y discursos de los principales políticos europeos, latinoamericanos y, lo sabemos muy bien, de los estadounidenses.
Ha sido, como nos consta, tema base de campaña política del presidente Donald Trump y parte de su controversial agenda gubernamental con su muy especial óptica de esa problemática.
Sin embargo, en medio de todo ese debate ha aparentemente pasado inadvertido, o no suficientemente valorado, el gran, por no decir exagerado, número de migrantes que está llegando hasta el Valle de Texas.
De acuerdo con los reportes que realiza la oficina del sector de la Patrulla Fronteriza del sector del Valle de Río Grande, durante las últimas semanas se ha incrementado notoriamente el número de personas indocumentadas que son detenidas por esa corporación; las cifras han llegado a siete mil por semana.
De acuerdo con las estimaciones que realiza la dependencia federal, de continuar esa tendencia, al concluir el llamado año fiscal en el mes de septiembre se habrán producido aproximadamente 240,000 aprehensiones tan sólo en ese sector, que abarca la frontera de las ciudades de la Isla del Padre a la ciudad de Roma, Texas, con una longitud de 133.6 millas (aproximadamente 215 kilómetros).
Para dar una idea de la magnitud del flujo migratorio que es detenido, por llamarlo de alguna manera, ya que prácticamente los indocumentados se entregan a los oficiales de la Patrulla Fronteriza, la cantidad que se detiene en este sector en una semana es casi comparable con la tan difundida y alarmante caravana que hace unos meses se internó por el sureste de México, con la diferencia de que en el Valle ocurre ya como parte de la normalidad y sin que nadie se cuestione cómo es que tan elevado número de migrantes pueda llegar hasta esta región semanalmente, atravesando todo México en el caso de los centroamericanos, en su mayoría procedentes de El Salvador, Honduras y Guatemala.
El hecho debería representar una alerta para las autoridades estadounidenses, que están siendo prácticamente impotentes para procesar todas esas detenciones con rapidez ante la ya conocida insuficiencia de jueces y personal especializado en esos trámites.
Y es que, a diferencia de los mexicanos indocumentados, que pueden ser deportados de inmediato cuando son detenidos por ser México un país contiguo, los migrantes procedentes de otras naciones tiene que sujetarse a un proceso de comparecencia ante una juez que puede durar meses, inclusive años, con una serie de implicaciones dependiendo si son menores, menores acompañados o personas en busca de asilo por persecución u otras causas.
¿Cómo llegan hasta esta frontera?
Los migrantes no aparecen de la nada en esta región, ni son trasladados en helicópteros o algo parecido.
Eso es algo de lo que más vale que tengan respuesta las autoridades de migración mexicanas, porque llegan y son capturados en grupos que atraviesan la geografía nacional y en particular la de Tamaulipas.
Ese es, por otra parte, un problema que hasta ahora no está claro cómo será abordado por el nuevo gobierno que encabeza Andrés Manuel López Obrador. El intento de dar visas humanitarias para que los centroamericanos se trasladaran sin problemas por el territorio mexicano, que sólo alcanzó, antes de ser suspendidas, la ridícula cantidad de alrededor de 1,600, sólo puso de manifiesto la enorme magnitud del reto y la impotencia o incapacidad de las autoridades mexicanas (pensando de buena fe) ante una crítica situación que tiene creciente impacto internacional.