Por José Luis B.Garza
Las consecuencias de los sismos ocurridos en México los días siete y 19 de septiembre, si bien no estamos en condiciones de predecirlas con exactitud en su totalidad, sí estamos seguros que están provocando un proceso de transformación de los mexicanos en su percepción económica, política, social y cultural.
Hay un antes y un después de estos sismos. Una tercera parte del país se encuentra afectada en diversas formas por los terremotos ocurridos, dependiendo de la región geográfica de que se trate.
Los mexicanos, no solamente los que viven en México, sino además los que residen en el exterior, han exhibido con sus acciones una profunda solidaridad y nobleza, que contrasta, por increíble que parezca, con un profundo sentido crítico hacia las instituciones, políticos y los gobernantes.
Las acciones desplegadas para ayudar de inmediato, de las más diversas formas tras ocurrida la catástrofe, fueron pensando en que la prioridad era ayudar a quienes habían perdido mucho o todo, o bien se encontraban desaparecidos o atrapados en las entrañas de los edificios que colapsaron.
Los medios informativos y las redes sociales han dado amplios testimonios de la solidaridad e, inclusive, heroicidad, de quienes, al margen de sus convicciones políticas o religiosas, se integraron al gran ejército de voluntarios que, junto con los elementos de las fuerzas de rescate oficiales integraron un binomio sin precedente en el país.
El impacto de la gran tragedia que ha sacudido a la Nación, sin embargo, está entrando en nuevas etapas donde ya no es exclusivamente la prioridad rescatar vidas, sino la de enfrentarse a la reconstrucción material de viviendas y edificios y a resolver los problemas que ahora tienen miles de mexicanos que han perdido su medio de vida o se encuentran imposibilitados para desarrollar sus actividades ordinarias de inmediato.
Existe una verdadera danza de cifras sobre los costos que tendrá el retorno a la normalidad, si así se le puede llamar; de las medidas que tendrán que adoptarse para evitar futuros daños mayores irreparables ante la inminencia de que, tarde o temprano, como ha ocurrido cíclicamente, un temblor de gran intensidad volverá a azotar alguna parte de la República Mexicana, pero también de proceder contra quienes, contraviniendo disposiciones oficiales sobre la reglamentación de construcción e inspección de edificios, propiciaron derrumbes de inmuebles con cuantiosas pérdidas materiales y humanas aún no cuantificadas en su totalidad.
El terremoto ha cambiado por completo la perspectiva política; ha afectado la forma en que se tendrán que elaborar presupuestos oficiales y privados; ha obligado a los gobernantes a asumir su responsabilidad ante las reacciones de la sociedad y ha emergido una nueva conciencia, si es que la hubo antes, de la importancia y fuerza que puede tener la acción de la comunidad.
Pero sobre todas las cosas se tiene que destacar la gran solidaridad, manifestada de distintas formas, que surgió dentro y fuera de México, desde los que directamente pudieron contribuir con su esfuerzo en las labores de búsqueda y rescate, hasta quienes hicieron aportaciones en efectivo o en especie para tratar de ayudar en lo posible a las miles de personas afectadas.
Hay un ayer y un ahora, un antes y un después en la percepción que los mexicanos tienen de su país.
Para quienes vivimos en la frontera cabe destacar que somos testigos de la gran generosidad manifestada por miles, residentes de México o Estados Unidos, que donaron y siguen donando desde artículos de gran valor hasta modestas aportaciones que en conjunto, al llegar a su destino, seguramente contribuirán a resolver un gran problema, aunque no a solucionarlo de fondo.