La trama del futuro
David Vallejo
El futuro ya no es ese horizonte lejano que podemos ignorar. En 2025, la humanidad se enfrenta a un parteaguas histórico donde las decisiones de hoy determinarán si avanzamos hacia una era de prosperidad compartida o si caemos en un abismo de fragmentación y decadencia. Este año marca el clímax de múltiples tensiones acumuladas en tres frentes cruciales: tecnología, cambio climático y fragmentación social. Sin embargo, más que la velocidad de los cambios nuestro mayor enemigo es nuestra incapacidad para planificar a largo plazo.
En cuanto a la tecnología, la inteligencia artificial y la automatización han dejado de ser conceptos futuristas. En 2025, estas tecnologías definirán el ritmo de la economía global con consecuencias sociales dignas reflexión. Según el Foro Económico Mundial, se espera que hasta 85 millones de empleos sean desplazados para entonces, mientras que sólo se crearán 97 millones en sectores especializados, generando una enorme brecha de habilidades.
El problema es la concentración de tecnología. En un mundo donde menos del 10% de la población controla el 76% de la riqueza global, la IA y las herramientas cuánticas están siendo desarrolladas principalmente por corporaciones de élite y países tecnológicamente avanzados. Esto plantea un dilema ético evidente: ¿quién decide cómo y para quién se utiliza esta tecnología?
Los sistemas de inteligencia artificial actuales, desde GPTs hasta modelos de predicción climática avanzados, son herramientas potentes, pero también peligrosas. Una IA sin supervisión ya ha demostrado ser capaz de tomar decisiones sesgadas, amplificar desigualdades y polarizar discursos. ¿Estamos preparados para enfrentar la posibilidad de que nuestras “máquinas pensantes” perpetúen y magnifiquen las peores tendencias humanas?
Por otro lado, la computación cuántica promete resolver problemas complejos en segundos, revolucionando industrias como la farmacéutica, la energética y la financiera. Sin embargo, también amenaza con desmantelar nuestra infraestructura digital. Los sistemas de seguridad actuales, desde contraseñas bancarias hasta códigos de defensa nacional, se volverán obsoletos frente al poder cuántico. ¿Qué pasa cuando las claves del mundo están al alcance de quienes tienen los recursos para acceder a estas tecnologías?
Sigamos con el cambio climático, el 2025 será el año de su ultimátum. La ONU ha advertido que tenemos menos de una década para reducir las emisiones globales en un 45% si queremos mantener el calentamiento global por debajo de 1.5 grados Celsius. Sin embargo, las emisiones siguen aumentando, impulsadas por economías que no han logrado descarbonizarse y un consumo voraz que agota los recursos naturales.
Para 2025, veremos una intensificación de eventos climáticos extremos: incendios incontrolables en los bosques boreales, sequías históricas que devastarán cultivos en África y Asia, y ciudades costeras en riesgo de desaparición debido al aumento del nivel del mar. Según el Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC), 1.2 mil millones de personas podrían convertirse en refugiados climáticos para mediados de siglo.
El problema además de ambiental, es profundamente político y económico. Las grandes potencias siguen gastando billones en subsidios a combustibles fósiles, mientras que los países más pobres, que aportan menos del 1% de las emisiones globales, son los más afectados. Este desequilibrio amenaza con desatar conflictos internacionales por recursos esenciales como agua y tierras fértiles.
A pesar de los esfuerzos de transición energética, el mundo sigue invirtiendo más en extracción de petróleo y gas que en energías renovables. Incluso los avances prometedores en almacenamiento de energía y tecnologías como la fusión nuclear no podrán contrarrestar los efectos del colapso climático sin acompañarse de un cambio radical en los hábitos de consumo y producción.
Por último, si el 2025 tuviera un rostro, sería el de una sociedad desgarrada. La polarización política, alimentada por algoritmos de desinformación, ha erosionado la confianza en las instituciones, mientras los nacionalismos resurgen con fuerza en todas las regiones del planeta. Estados Unidos y China, las dos superpotencias, continúan una carrera armamentista tecnológica y geopolítica que podría definir el orden mundial para las próximas décadas.
El populismo, lejos de ser un fenómeno pasajero, se ha consolidado como respuesta a las fallas del sistema globalizado. En Europa, los movimientos ultranacionalistas están reconfigurando democracias históricas, mientras en América Latina el desencanto con las élites impulsa líderes que ofrecen soluciones radicales, aunque no siempre efectivas.
En este contexto, los jóvenes enfrentan una crisis existencial. En 2025, la generación Z y los millennials constituirán la mayor parte de la fuerza laboral global, pero también cargarán con las peores consecuencias del sistema actual: endeudamiento masivo, precariedad laboral y un planeta en ruinas. Sin embargo, también son ellos quienes lideran movimientos sociales y ambientales, demostrando que, aunque la fragmentación es real, el deseo de cambio sigue vivo.
En el núcleo de estos problemas se encuentra el siguiente dilema ético: ¿cómo priorizamos la supervivencia de nuestra especie sin comprometer nuestra humanidad? Yuval Noah Harari ha advertido que estamos a punto de convertirnos en “dioses de silicio y carbono”, capaces de rediseñar la vida, la conciencia y el destino mismo del planeta. Sin embargo, esta capacidad conlleva una responsabilidad que supera cualquier marco ético o político que hayamos creado hasta ahora.
El filósofo Nick Bostrom nos recuerda que los riesgos existenciales —aquellos que podrían aniquilar o transformar radicalmente a la humanidad— son únicos en esta era. No se trata sólo de mitigar desastres, sino de diseñar un futuro donde los avances tecnológicos y científicos beneficien a todos, no sólo a unos cuántos.
El año que empieza será un espejo donde veremos reflejado nuestro éxito o fracaso como civilización. Las herramientas para construir un mundo más justo, sostenible y próspero están al alcance de nuestra mano, pero requieren una voluntad colectiva que, hasta ahora, ha sido esquiva.
El futuro no se escribirá en los laboratorios de Silicon Valley ni en las cumbres climáticas de Ginebra, sino en las decisiones que tomemos como individuos y sociedades. La pregunta es: ¿estamos a la altura del desafío?
Oraleee!!! Hasta la vista baby.
Placeres culposos: “Planear hacer ejercicio el 2025” y volver a ver de nuevo el Titanic.
Chocolate abuelita y bisquetes para Grecia.