A López Obrador le va bien, pero a México no

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Por Andrés Oppenheimer

Ya ha pasado un año desde la elección del presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, y la buena noticia es que no se ha convertido –como temían algunos– en un radical de izquierda como el venezolano Nicolás Maduro. Pero también hay malas noticias, y muchas de ellas.

Por lo que hemos visto desde su elección del 1 de julio del 2018, y desde el inicio de su mandato el 1 de diciembre, López Obrador está gobernando como un populista narcisista que mira con cierto desdén a las instituciones democráticas y que está queriendo regresar a México a las políticas nacionalistas de los años 70.

Esos fueron algunos de los pensamientos que me vinieron a la mente cuando entrevisté pocos días atrás a la más reciente embajadora de Estados Unidos en México, Roberta Jacobson. Se trata de una ex diplomática de carrera que estuvo como embajadora en México hasta retirarse en mayo de 2018.

Cuando le pregunté si hay un peligro de que López Obrador dé un giro brusco a la izquierda cuando se quede sin fondos para continuar financiando sus subsidios populistas, Jacobson respondió que el mayor peligro no será ideológico.

“El peligro no es un escenario de derecha o izquierda. El peligro desde el principio fue que no es un hombre institucionalista. No cree realmente en las instituciones de gobierno independientes, de la rama judicial, reguladores, etc., que México realmente necesita”, me dijo Jacobson.

“Y si quiere realmente borrar o reducir un poquito la corrupción en México, lo que necesita es fortalecer las instituciones”, agregó. “Y eso no lo veo. Yo veo a un hombre que cree a veces que ‘yo solo puedo hacer tal o cual cosa’, y que las instituciones del gobierno sólo me obstaculizan”, señaló.

Jacobson concluyó que México corre el riesgo de avanzar “hacia un tipo de autoritarismo que realmente puede dañar a las instituciones mexicanas, que son todavía débiles”.

De hecho, a pesar de controlar el Congreso y disfrutar de una alta tasa de popularidad que promedia el 62 por ciento en las encuestas, López Obrador ha tomado muchas decisiones mediante dudosas “consultas públicas” organizadas por sus partidarios. Y también está atacando a organizaciones no gubernamentales.

Es el desprecio público de López Obrador por las instituciones, más que su retórica de izquierda, lo que está asustando a los inversionistas. Muchos empresarios temen que, con menos instituciones independientes, tendrán menos protecciones legales. Muchos ven un regreso al autoritarismo del viejo Partido Revolucionario Institucional (PRI), en el que López Obrador comenzó su carrera política.

El Fondo Monetario Internacional en abril revisó a la baja sus proyecciones de crecimiento económico para México en 2019 de 2.1 por ciento a 1.6 por ciento, citando una probable caída de las inversiones. La semana pasada, el Banco de México publicó una encuesta de economistas que predijo una caída adicional del crecimiento al 1.1 por ciento este año. Algunos economistas dicen que la economía no crecerá más que un 0.5 por ciento este año.

Lo que es igual de preocupante es el desmantelamiento de López Obrador de los recientes avances de México para mejorar sus sistemas de educación, ciencia y tecnología.

Para ganar el apoyo de los sindicatos de maestros radicales, López Obrador abolió una reforma educativa que incluía la evaluación de maestros. Ahora, está reincorporando a las aulas a maestros que habían reprobado sus exámenes de evaluación.

En una economía global en la que los robots están reemplazando cada vez más trabajadores poco calificados y los países necesitarán fuerzas de trabajo cada vez mejor educadas, la contra-reforma educativa de López Obrador puede condenar a México a décadas de atraso.

En el resumen de 18,222 palabras del Plan Nacional de Desarrollo 2019-2024 de López Obrador, sólo hay cinco líneas sobre ciencia y tecnología. La palabra “innovación” aparece sólo una vez, y las palabras “robótica” e “inteligencia artificial” no aparecen en absoluto.

Es demasiado pronto para decidir si López Obrador ha fracasado. Pero a menos que haga algo pronto para restablecer la confianza de los inversionistas y mejorar la calidad educativa, sólo un milagro evitará que México caiga en una mediocridad cada vez mayor.