Las dictaduras de Cuba, Venezuela y Nicaragua celebraron la victoria del ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva en las elecciones del domingo 30 de octubre en Brasil como una victoria histórica para la izquierda latinoamericana. Lo cierto es que tienen motivos para estar contentos, pero no tantos.
La victoria de Lula por un margen extremadamente pequeño del 1.9% —el resultado más estrecho en la historia reciente de su país— no fue un reflejo del apoyo a las ideas izquierdistas del partido de Lula, sino un rechazo al estilo pendenciero y los delirios ultraderechistas del presidente Jair Bolsonaro. Más que una victoria de Lula, fue una derrota de Bolsonaro.
Muchos brasileños no sólo estaban preocupados por la economía, sino que también estaban resentidos por el pésimo manejo de la pandemia de COVID-19 por parte de Bolsonaro, sus comentarios despectivos sobre las mujeres y los gays, y sus frecuentes diatribas contra los grupos ambientalistas que lo critican por tolerar la deforestación de la Amazonía.
Poco después de la victoria de Lula, el dictador venezolano Nicolás Maduro tuiteó casi eufóricamente: “Celebramos la victoria del pueblo brasileño… ¡Felicitaciones Lula! ¡Un gran abrazo!”.
El presidente de facto de Cuba, Miguel Díaz-Canel, publicó una foto de él con Lula y el dictador semi-retirado Raúl Castro, tomados de la mano, y tuiteó: “¡Te abrazamos, hermano Presidente Lula!”. El gobernante de Nicaragua, Daniel Ortega, dijo en una carta a Lula que celebraba “con gran alegría” su triunfo electoral.
Varios otros líderes de izquierda señalaron que todos los principales países latinoamericanos —Brasil, México, Argentina, Colombia, Chile, Perú y Venezuela— ahora serán gobernados por líderes de izquierda. Algunos especularon que se creará un formidable bloque regional de izquierda.
Pero el hecho es que Lula asumirá el 1 de enero de 2023 como un presidente mucho más débil de lo que fue cuando gobernó entre el 2003 a 2010.
Se enfrentará a un Congreso hostil, donde el Partido Liberal de ultraderecha de Bolsonaro y otros partidos de centro-derecha controlarán el 53% del Senado. Y en la cámara baja del Congreso, de 513 escaños, el partido de Bolsonaro tendrá el bloque más grande con 99 diputados, contra 68 bancas del Partido de los Trabajadores de Lula.
Además, tres de los estados más grandes de Brasil —São Paulo, Río de Janeiro y Minas Gerais— estarán a cargo de gobernadores bolsonaristas.
Asimismo, Lula se enfrentará a una población políticamente dividida y heredará una economía débil. En la década de 2000, Lula se benefició de un boom mundial de los precios de las materias primas, lo que le permitió aumentar drásticamente los subsidios sociales y ganar una enorme popularidad. Pero esos días quedaron muy atrás.
Con una economía anémica y grandes problemas de delincuencia en el país, y con el reciente precedente de los presidentes de izquierda de Chile y Perú, cuya popularidad se desplomó poco después de que asumieron el cargo, a Lula no le será fácil reconstruir un poderoso bloque regional de izquierda como el que existió en la década del 2000.
Lula será mucho menos crítico de las dictaduras izquierdistas de América Latina que Bolsonaro, porque necesitará apaciguar a su base izquierdista en Brasil. Pero es probable que su apoyo a Venezuela, Cuba y Nicaragua sea más simbólico que otra cosa.
Anthony Pereira, un experto en Brasil que dirige el Centro para América Latina y el Caribe de la Universidad Internacional de Florida, me recordó que Lula tendrá menos incentivos económicos para acercarse a Venezuela que en sus mandatos anteriores.
“En los años 2000, Brasil tenía grandes contratos de construcción y exportaciones de manufacturas a Venezuela, por lo que tenía un interés económico en tener una buena relación con Hugo Chávez”, me dijo Pereira.“Pero todo eso ha desaparecido, porque la economía venezolana se ha derrumbado”.
Mi humilde pronóstico es que Lula tratará de revivir la alianza regional UNASUR de países de izquierda que lanzó en 2008, y tratará de forjar lazos más estrechos con otros países del Tercer Mundo. Pero, salvo un milagro económico, sus ambiciones en materia de política exterior van a verse muy acotadas por los formidables desafíos que deberá enfrentar en Brasil.