Por José López Zamorano
Se requiere de un tipo especial de perversidad para negarle a un ser humano que huye de la persecución, el derecho de ser escuchado cuando solicita ayuda y alivio. Eso fue lo que hizo el presidente Donald Trump al limitar el proceso de asilo a los migrantes de terceros países que lleguen a la frontera entre Estados Unidos y México.
Si un gobierno mide su estatura moral por la manera en que trata a los más vulnerables de la sociedad, como mujeres, niños, desvalidos o perseguidos, entonces la administración Trump tiene dimensiones morales microscópicas.
A raíz de la iniciativa de la administración Trump, la mayoría de migrantes no podrá pedir asilo en los Estados Unidos, simplemente por haber llegado a su frontera sur a través de territorio mexicano. No importa si tienen razones legitimas para solicitarlo o pruebas fehacientes de que son perseguidos.
Sólo las personas a quienes se les negó asilo en otro país, que sean víctimas de tráfico de personas o si llegan de un país que no sea firmante de un tratado internacional contra las persecuciones, podrán solicitar asilo bajo las nuevas reglas, que parecen estar diseñadas para frenar el éxodo de migrantes centroamericanos.
Bajo la ley vigente, cualquier persona, incluidos inmigrantes indocumentados, puede solicitar asilo independientemente del país de origen o tránsito, o si lo hace en la frontera o incluso dentro de Estados Unidos.
Como era de esperarse, la Unión Nacional de Libertades Civiles (ACLU) anunció que presentará una demanda para frenar la aplicación de la nueva política pues considera que se trata de una acción ilegal, además de inhumana y contrataría al espíritu hospitalario de los Estados Unidos, una nación de migrantes.
No le auguramos un futuro prometedor a la nueva política cruel de la administración Trump.
Como ha ocurrido con la mayoría de sus aventuras migratorias, es muy probable que los tribunales estadounidenses le pongan freno, tal como lo hizo con las primeras versiones de su prohibición de viaje.
Pero hasta que intervengan las Cortes de Estados Unidos, muchos solicitantes legítimos de asilo perderán la oportunidad de ser escuchados debido a una política perversa, cruel e inhumana.