¿Está Ortega tratando de quedarse en el poder para siempre?

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Andres Oppenheimer
Andres Oppenheimer

Por Andrés Oppenheimer

De todas las reacciones que recibí tras mi entrevista con el presidente autoritario de Nicaragua, Daniel Ortega, la más preocupante fue la que vino de un hombre que lo conoce mejor que muchos: el ex presidente costarricense Oscar Arias, quien ganó el Premio Nobel de la Paz por ayudar a poner fin a las guerras de Centroamérica y forzar a Ortega a celebrar elecciones en 1990.

Arias me dijo que estaba asombrado por lo que dijo Ortega en la entrevista sobre la violenta represión gubernamental que ha dejado entre 295 y 440 muertos en los últimos tres meses. Y el ex presidente costarricense agregó que le llamó aún más la atención la negativa de Ortega de aceptar las exigencias de la oposición que se adelanten para el 2019 las elecciones programadas para el 2021.

Todo esto ha llevado a Arias a sospechar que Ortega podría estar pensando en seguir en el poder indefinidamente.

“Yo creo que por su mente acaricia la idea de ganar tiempo no para hacer elecciones en el 2021, sino para quedarse en el poder, como (Nicolás) Maduro o los hermanos Castro”, me dijo Arias.

Tras leer mi columna sobre la entrevista en El Nuevo Herald y verla completa en CNN en Español, Arias concluyó que hay una gran diferencia entre lo que sucedió cuando Ortega aceptó ir a elecciones a fines de la década de 1980, y hoy.

A fines de la década de 1980, Ortega estaba bajo una fuerte presión internacional para permitir elecciones libres, y pensaba que podría ganarlas, me dijo Arias.

“Hoy, en cambio, él está seguro de que no puede ganar elecciones. Él querrá poner a su mujer, o tener un “Orteguismo sin Ortega”, pero después de lo que ha pasado en estos 100 días, evidentemente no gana elecciones, y él lo sabe”, agregó Arias.

En mi entrevista de una hora con Ortega, que tuvo lugar el 28 de julio en su residencia en Managua, el hombre fuerte nicaragüense rechazó los informes de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la Organización de Estados Americanos de que la gran mayoría de los muertos en las protestas de Nicaragua fueron asesinados por paramilitares respaldados por la policía.

Cuando confronté a Ortega con una foto de una camioneta con paramilitares encapuchados, armados con fusiles AK47 y llevando banderas del partido político de Ortega, el FSLN -una de las varias fotos similares que llevaba conmigo- el presidente de Nicaragua afirmó que probablemente era una foto trucada. Más tarde, alegó que también podrían ser de “terroristas” opositores que se hacían pasar por paramilitares progubernamentales.

Cuando recordé a Ortega que 21 países de las Américas -incluidos algunos con gobiernos de izquierda, como Uruguay y Ecuador- votaron recientemente en la OEA por exigirle a su gobierno que ponga fin a las matanzas cometidas por paramilitares, el presidente alegó que todos estos países estaban siendo engañados por los medios.

Cuando le pregunté sobre las demandas de la oposición de que permita elecciones anticipadas y creíbles, dijo que no podía hacerlo porque ceder ante las protestas opositoras sentaría un mal precedente para otros países.

Cuando le sugerí que realizara un referéndum preguntando al pueblo nicaragüense si quiere o no elecciones anticipadas, Ortega dijo que sería demasiado costoso para un país pobre como el suyo.

Entonces, ¿aceptaría hacer un referéndum si se consiguen fondos de Estados Unidos, Europa y Latinoamérica para pagarlo?, le pregunté.

Ortega rechazó la idea. Alegó que sería inútil porque según él la oposición nunca aceptaría una posible derrota en las urnas. En rigor, una encuesta de CID-Gallup mostró que el 63 por ciento de los nicaragüenses tiene una opinión negativa del gobierno de Ortega, y sólo el 29 por ciento lo apoya.

No importa cuánta evidencia le mostré sobre los paramilitares, y cuántas veces le pregunté bajo qué condiciones aceptaría elecciones anticipadas, Ortega desviaba la pregunta y culpaba a la oposición.

Lo más probable es que esté tratando de ganar tiempo para capear el temporal y llegar hasta las elecciones del 2021. Pero lo más preocupante sería que Arias esté en lo cierto, y que -a diferencia de lo que pasó en los ochentas- Ortega haya decidido atornillarse en el poder para siempre.