Para La Red Hispana
Permítame hacerle una pregunta: ¿Cuál de los dos candidatos presidenciales, Donald Trump o Joe Biden, apoya sellar la frontera con México para impedir el acceso de indocumentados?
Hasta hace una semana, la respuesta era obvia: Donald Trump. El ex presidente ha convertido a los inmigrantes indocumentados en el chivo expiatorio de sus nuevas aspiraciones presidenciales, con políticas duras contra los migrantes para cortejar a su núcleo de simpatizantes conservadores.
Pero el fin de semana pasado ocurrió algo que hubiera sido impensable en 2020: la metamorfosis de Joe Biden en el tema migratorio.
De manera sorpresiva, Biden se comprometió a sellar la frontera con México, si el número de llegada de migrantes indocumentados, es abrumador.
Bajo los términos de la iniciativa de ley que se negocia en el Senado, eso significa la llegada de más de 5,000 personas al día en promedio durante el lapso de una semana. La propuesta incluye acelerar el proceso de asilo y de expedición de permisos de trabajo.
Su decisión es un estudio de caso sobre la conveniencia política en año electoral.
Consciente que la crisis en la frontera –que ha incluido una llegada récord de personas indocumentadas— es su mayor vulnerabilidad electoral, Biden le dio la espalda a sus promesas del 2020.
Sólo en el mes de diciembre se registraron casi 250,000 cruces ilegales de indocumentados. En algunos días, la cifra rebasa la marca de las 10,000 personas. Desde cualquier punto de vista, aún desde una perspectiva humanitaria, se trata de una situación insostenible.
Ni existen los recursos para procesar apropiadamente a esos migrantes, ni las instalaciones para albergarlos, ni la disposición de otros países para aceptarlos de vuelta a todos.
Pero la solución no es más restricciones, sino más recursos para racionalizar el proceso migratorio y establecer regulaciones sensibles de acuerdo con la capacidad de absorción de los Estados Unidos e invertir fondos para el desarrollo en los países expulsores.
La decisión de Biden es una apuesta política de alto riesgo. Su cortejo a quienes preocupa la crisis migratoria puede también distanciar a sus bases más progresistas, que ya se encuentran poco entusiasmadas en apoyar a Biden por sus políticas en el conflicto entre Israel y Hamas.
Los republicanos tampoco ganan un concurso de congruencia. Después de meses de argumentar que se necesita aprobar la dura iniciativa HR2 para resolver la crisis en la frontera, ahora sostiene que Biden no necesita nuevas autoridades legales.
Detrás de la decisión de los republicanos de la Cámara de Representantes de boicotear el acuerdo bipartidista del Senado está la mano de Donald Trump, quien públicamente ha pedido no apoyar ese acuerdo porque no quiere darle a Biden ninguna victoria en año electoral.
De ese tamaño es nuestra clase política. Que nadie se asombre cuando las encuestas confirmen que las instituciones de la república gozan de un sano déficit de credibilidad y que el abstencionismo se convierta en la nueva normalidad de la vida política del país.