La nueva embestida de Trump contra los medios

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Andres Oppenheimer
Andres Oppenheimer

Por Andrés Oppenheimer

El fallecido demagogo venezolano Hugo Chávez debe haber celebrado en su tumba cuando el presidente Donald Trump amenazó con revocar la licencia de la cadena de televisión NBC: eso es exactamente lo que hacía Chávez, y lo que hacen la mayoría de los dictadores de todo el mundo.

El mensaje de Trump el 11 de octubre amenazó con no renovar la licencia de NBC por supuestamente difundir noticias falsas, lo cual era exactamente lo que adujo Chávez cuando cerró la cadena de televisión RCTV de Venezuela en 2007.

Refiriéndose a la NBC y a otras cadenas de televisión, Trump escribió en su cuenta de Twitter que “las noticias de las cadenas se han vuelto tan partidistas, distorsionadas y falsas, que las licencias deben ser desafiadas y, de ser necesario, revocadas”.

Es probable que lo dicho por Trump sea una amenaza vacía, porque las cadenas de televisión en Estados Unidos no tienen licencias, sino las estaciones individuales. Y probablemente se trataba de un nuevo intento de Trump para desviar la atención pública del hecho de que cada vez más gente lo ve como un presidente incompetente. Su índice de aprobación es del 38 por ciento, según la última encuesta de Gallup.

Trump no ha podido aprobar ninguno de sus principales proyectos de ley en el Congreso, ha tensado las relaciones con los principales aliados de los EE.UU., y su respuesta tardía al huracán María en Puerto Rico ha generado críticas generalizadas.

Pero las amenaza de Trump a los medios están haciendo un gran daño a este país, y al mundo. Su amenaza a la NBC, al igual que su afirmación del 17 de febrero de que varias organizaciones noticiosas son “el enemigo del pueblo estadounidense”, ayudan a legitimar los ataques contra la prensa de Vladimir Putin, Nicolás Maduro y otros dictadores.

“Estados Unidos está perdiendo su autoridad moral para defender los derechos humanos básicos como la libertad de expresión en todo el mundo”, dice José Miguel Vivanco, de la organización Human Rights Watch. “Será difícil para Estados Unidos defender estos derechos en foros internacionales como el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, cuando el mismo presidente de Estados Unidos está erosionando permanentemente los cimientos de la democracia”.

Lo que es peor, los ataques de Trump contra los medios han demostrado ser falsos la mayor parte del tiempo. Por supuesto, los medios a veces se equivocan, pero Trump miente todo el tiempo, y su ira contra los medios se debe a que estos últimos así lo revelan.

Si no fuera por la prensa independiente de Estados Unidos, Trump habría logrado convencer al país de falsedades patentes como que la mayoría de los millones de indocumentados mexicanos son “criminales” y “violadores”, que su toma de posesión del mando contó con “la audiencia más grande en la historia”, o que más de 3 millones de inmigrantes indocumentados habrían votado en las elecciones de 2016.

Más importante aún, si no fuera por una prensa independiente, muchos estadounidenses habrían creído las repetidas mentiras de la Casa Blanca de que la campaña de Trump “nunca” tuvo contactos con emisarios rusos.

Gracias al New York Times, el hijo de Trump, Donald Trump Jr., se vio obligado a publicar sus correos electrónicos, que mostraban que los principales funcionarios de la campaña de Trump se reunieron con emisarios rusos que habían ofrecido información dañina sobre Hillary Clinton. La reunión tuvo lugar el 9 de junio de 2016, en la torre Trump de Nueva York.

Y gracias a The Washington Post, ahora sabemos que Trump mintió cuando tuiteó que “no tengo nada que ver con Rusia -no hay tratos, no hay préstamos, no hay nada”. De hecho, Trump, entre otras cosas, ganó más de 12 millones de dólares con el concurso de Miss Universo de 2013 en Moscú y, posteriormente, firmó una carta de intención con el oligarca ruso Aras Agalarov para construir una torre Trump en la capital rusa.

No, la amenaza velada de Trump a NBC no es un hecho trivial, producto de un presidente que habla de más. Fue una declaración escrita que va en contra de los valores fundamentales de Estados Unidos, y que disminuye la autoridad de Washington para defender la democracia y la libertad de expresión en todo el mundo.