La respuesta de Trump cuando le preguntaron sobre las futuras relaciones de su gobierno con América Latina y Brasil —“no los necesitamos”— fue un despliegue gratuito de arrogancia política que hará poco por ayudar a promover los intereses estadounidenses en la región.
En lugar de decir que existe una gran oportunidad para que los países democráticos de América Latina se conviertan en socios de Estados Unidos para atraer fábricas de las multinacionales en China al continente americano — lo que ayudaría a eliminar la pobreza, reducir la migración y disminuir la dependencia económica de Estados Unidos de China — Trump desdeñó innecesariamente a la región.
El presidente sonó como la reina María Antonieta de Francia, quien, cuando le dijeron que el pueblo no tenía pan para comer, respondió: “que coman torta”.
Por si no lo escucharon, cuando le preguntaron en una conferencia de prensa durante la ceremonia de firma de sus órdenes ejecutivas el lunes cómo ve las futuras relaciones con América Latina y Brasil, Trump dijo que “Nosotros no los necesitamos. Ellos nos necesitan a nosotros”.
Su declaración cayó como un balde de agua fría sobre muchos de mis amigos trumpistas, porque tenían grandes esperanzas de que América Latina sea una prioridad para el nuevo gobierno de Trump.
Y puede que aún lo sea, porque el secretario de Estado, Marco Rubio, un exsenador cubano-estadounidense de Florida, será el primer jefe del Departamento de Estado de habla hispana en la memoria reciente. El número dos de Rubio será el ex embajador en México Christopher Landau, que también habla español, y cuyo padre fue embajador de Estados Unidos en Paraguay, Chile y Venezuela.
Aunque hay dudas sobre cuánto poder tendrán Rubio y Landau en la nueva administración (Trump ha nombrado a varios amigos cercanos como enviados especiales y embajadores), no recuerdo haber visto tantos altos funcionarios hispanoparlantes en puestos tan altos de un gobierno estadounidense en mucho tiempo.
Esa es una buena noticia, pero el problema es que Trump tiene una agenda negativa para América Latina. Ve a la región como un problema, más que como una oportunidad.
El discurso inaugural de Trump se centró en puras cosas negativas sobre la región, como una supuesta “invasión” de inmigrantes (aunque el flujo de inmigrantes se redujo en casi un 70% el año pasado), los cárteles de la droga latinoamericanos, y el supuesto peligro de que Panamá siga administrando el Canal de Panamá.
En cambio, Trump no mencionó ninguna posible agenda positiva para América Latina. Podría haber ofrecido a los aliados regionales de Washington, como Argentina o Ecuador, un plan para explorar posibilidades de “nearshoring,” o la relocalización de muchas de las fábricas que las multinacionales estadounidenses actualmente tienen en China al continente americano.
Eso ayudaría a crear empleos en América Latina, y reduciría la dependencia de China de las grandes empresas de Estados Unidos. América Latina está mucho más cerca geográficamente del mercado estadounidense y en la misma zona horaria.
Es cierto que algunos funcionarios del nuevo gobierno de Trump, como el recién nombrado enviado especial para América Latina, Mauricio Claver-Carone, han sido grandes promotores del “nearshoring” en América latina.
No me extrañaría que Rubio, Claver-Carone y otros en la nueva administración intenten convencer a Trump de que proponga una agenda positiva para América Latina, a la par de sus amenazas actuales sobre la inmigración, las drogas y los aranceles.
Pero me pregunto si Rubio, Claver-Carone y otros “latinoamericanistas” lograrán prevalecer sobre los aliados de Trump de la extrema derecha nacionalista y xenófoba. Trump depende en gran medida de la derecha aislacionista, y a veces racista, para llenar los estadios en donde habla, mantener en línea al Partido Republicano, y poder alardear de que tiene una gran popularidad, aunque ganó las elecciones con sólo el 49,8% del voto popular, con un históricamente pequeño 1.5 por ciento de ventaja sobre su rival.
Trump se habría hecho un gran favor si, además de hablar de la inmigración, los aranceles, las drogas y el Canal de Panamá, hubiera sugerido una agenda positiva para América Latina. Puede que todavía lo haga, pero se perdió una oportunidad de oro al no hacerlo cuando le preguntaron sobre la región en el primer día de su segundo mandato.