Cuando el director de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe de las Naciones Unidas (CEPAL) pronosticó días atrás que la región crecerá apenas un 1,7 por ciento este año, y a un aún más deprimente 1,5 por ciento el próximo año, muchos analistas lo interpretaron como un fenómeno temporal.
Después de todo, Latinoamérica tiene una larga historia de periódicos auges y bajones económicos.
Sin embargo, lo que más me sorprendió en una extensa entrevista con el secretario ejecutivo de la CEPAL, José Manuel Salazar-Xirinachs, es que teme que América Latina pueda sufrir una “enfermedad de bajo crecimiento” de largo plazo. A menos que los países de la región comiencen a centrarse seriamente en el crecimiento productivo, esta enfermedad pronto podría resultar en mayor agitación política, violencia y crisis migratorias, me señaló.
Según las previsiones de la CEPAL, las economías de Argentina y Chile se contraerán un 3 por ciento y un 0,3 por ciento respectivamente este año. La economía de México crecerá un 2,9 por ciento, la de Brasil un 2,5 por ciento, la de Perú un 1,3 por ciento y la de Colombia un 1,2 por ciento.
Para el próximo año, la mayoría de los países tendrán tasas de crecimiento igualmente mediocres o aún más bajas. La CEPAL proyecta que la economía de México, por ejemplo, crecerá sólo un 1,8 por ciento en 2024.
Sólo los países de Centroamérica y el Caribe están teniendo un desempeño razonablemente bueno, en gran parte debido a sus estrechos vínculos comerciales con Estados Unidos.
Pero, en general, la desaceleración de la economía de China perjudicará las exportaciones de la región. El desempleo en América Latina crecerá del 6,8 por ciento en 2023 al 7,1 por ciento en 2024, dice la CEPAL.
“Si no logramos elevar la tasa de crecimiento a un 3 o 4 por ciento anual, esta enfermedad de bajo crecimiento nos va a traer otros males,” me dijo Salazar-Xirinachs. “Vamos a convertirnos en sociedades cada vez más desiguales y violentas, y vamos a tener más millones de personas emigrando”.
Salazar-Xirinachs está instando a los países latinoamericanos a diversificar sus exportaciones, para que no dependan tanto de las ventas de petróleo, soja, cobre y otras materias primas. En la era del ChatGPT y la economía del conocimiento, los bienes y servicios sofisticados son mucho más lucrativos que las exportaciones de productos básicos.
Cuando le pregunté qué es lo que más le preocupa para la región, me dijo que sería “un debate público pobre o muy polarizado” que no aborde las necesidades urgentes de la región para mejorar la educación, la salud y abordar el cambio climático.
Tiene toda la razón. En mis viajes recientes a la región y siguiendo diariamente las noticias de México, Argentina, Colombia y otros países, me es difícil encontrar países que estén teniendo un debate nacional serio sobre la educación de calidad, la tecnología y otros temas claves para el futuro.
Como ejemplo, un nuevo estudio sobre el estado de la inteligencia artificial en América Latina pinta un panorama alarmante, pero obtuvo poquísima cobertura en los medios, y casi ninguna atención de los gobernantes.
El Índice Latinoamericano de Inteligencia Artificial, ILIA, elaborado por doce instituciones científicas, señala que sólo el 2,2 por ciento de la fuerza laboral latinoamericana tiene habilidades directa o indirectamente relacionadas con la inteligencia artificial, mientras que el promedio mundial es del 3,6 por ciento.
Lo que es igualmente alarmante, la inversión privada en proyectos de inteligencia artificial en América Latina es apenas un 1,7 por ciento del monto que se invierte en Estados Unidos, y un 5 por ciento del de China, dice el estudio.
“La inteligencia artificial va a ser tan omnipresente en nuestras vidas como la electricidad, o el internet”, me dijo el director ejecutivo de ILIA, Rodrigo Durán Rojas. “Si no hacemos algo para ponernos al día, nos vamos a quedar cada vez más atrás”.
América Latina ya no puede esperar crecer gracias a las exportaciones de productos básicos a China. Tiene que empezar a hacer lo que debería haber comenzado a hacer hace años: invertir en educación de calidad, tecnología e innovación.
Y, como primer paso, cada país debería poner estos temas en el centro de su agenda nacional.