El padre de dos israelíes que fueron secuestrados por el grupo terrorista Hamás el 7 de octubre del año pasado me dijo una triste verdad cuando lo entrevisté hace unos días: gran parte del mundo se ha olvidado de los civiles israelíes que siguen secuestrados en Gaza.
De hecho, las noticias sobre los rehenes han sido eclipsadas por los titulares sobre el masivo contraataque militar de Israel en Gaza, la guerra en el sur del Líbano y ahora el ataque de Irán. Pero casi 100 de los más de 250 rehenes israelíes tomados como rehenes durante el ataque de Hamás del 7 de octubre contra Israel podrían estar con vida, según fuentes israelíes. Su liberación podría ser crucial para un cese de fuego en el Medio Oriente.
Itzik Horn, un israelí nacido en Argentina y padre de dos de los rehenes, me dijo que no sabe si sus dos hijos están vivos o muertos. Y con las guerras en curso en varios frentes, Horn lamentó que “el tema de los secuestros está desapareciendo de la orden del día de la prensa”.
Refiriéndose a la Asamblea General de las Naciones Unidas la semana pasada en Nueva York, Horn me señaló que “sigue habiendo mandatarios que suben a hablar a las Naciones Unidas y no dicen una sola palabra sobre los rehenes”.
En Israel, el retorno de los rehenes es una prioridad clave. Casi todos los israelíes tienen una conexión directa o indirecta con alguno de los secuestrados por Hamás el 7 de octubre.
En un país de sólo 9,6 millones de habitantes, los rehenes tomados por Hamás en Israel representan alrededor de 26 personas por millón de habitantes en Israel. Para poner esa cifra en contexto, sería el equivalente a que un grupo terrorista se llevara 8.600 rehenes en Estados Unidos, 3.400 en México, 1.200 en España y 1.100 en Argentina.
La mayoría de los secuestrados son civiles que vivían en los kibutzim, o granjas colectivas, cerca de la frontera con Gaza. Irónicamente, muchos de ellos son inmigrantes de izquierda que abogaban por un Estado palestino que conviviera en paz con Israel.
Los dos hijos desaparecidos de Horn, Iair y Eitan, estaban en el kibutz Niz-Or cuando fueron secuestrados. Ninguno de ellos era soldado ni estaba armado, me dijo Horn. Iair vivía allí, trabajaba en el bar y estaba a cargo de organizar fiestas allí, mientras que su hermano menor lo estaba visitando durante una festividad judía la noche del ataque de Hamás.
“La mayoría de los secuestrados son civiles que fueron sacados de sus casas, de sus camas, muchos de ellos en pijama, descalzos”, me dijo Horn. “Los atacantes entraron en las casas, mataron, quemaron, violaron, mataron bebés, hicieron todo tipo de atrocidades posibles. Y aparte, secuestraron gente”.
Unos 1.200 israelíes, la mayoría civiles desarmados, fueron asesinados por los terroristas de Hamás esa noche, incluidos 250 jóvenes que estaban en un festival de música alternativa.
Eso representa 125 muertes por millón de habitantes en Israel, lo que equivaldría a unas 42.000 personas asesinadas en Estados Unidos. Es una cifra varias veces mayor que las 2.977 personas que murieron en el ataque terrorista del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos, que llevó a Washington a invadir Irak y Afganistán.
Hacia el final de nuestra entrevista por Zoom, le pregunté a Horn que significa el número “356” que llevaba escrito a mano en un cartelito pegado en su camisa. Horn me respondió que es el número de días que habrán pasado el 7 de octubre sin que haya visto ni oído nada de sus dos hijos secuestrados.
“Nosotros vamos contando, lamentablemente, los días en que nuestros familiares están en cautiverio en manos de Hamás”, me dijo Horn. “Y ya vamos a llegar al día 365”.
En el primer aniversario del ataque terrorista del 7 de octubre contra Israel, mientras los ojos del mundo se centran en las guerras en Gaza, el Líbano e Irán, no debemos olvidarnos de los rehenes israelíes cuyo secuestro inició el actual ciclo de violencia en el Medio Oriente. Si el mundo no ejerce más presión para su pronta liberación, vamos a estar normalizando un precedente peligroso, y fomentando indirectamente las tomas de rehenes en todos lados.