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Friday, January 10, 2025
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¿Qué hace a un Genio?

David Vallejo

Códigos de poder

El futuro se construye con mentes brillantes que ven posibilidades donde los demás ven muros. Elon Musk, Sam Altman y Jensen Huang, son hombres que entendieron que las reglas del juego pueden reescribirse tantas veces se quiera. Pero, ¿qué los hace diferentes? ¿Qué hay detrás de sus logros, sus obsesiones y sus ideas aparentemente imposibles? Quizá más importante aún: ¿por qué en México no hemos visto algo así?

Elon Musk creció en Pretoria, Sudáfrica, y desde pequeño fue un niño raro, como él mismo lo ha admitido. Sus compañeros de clase lo veían como un blanco fácil para el bullying, pero él pasaba las tardes leyendo enciclopedias y soñando con cohetes. A los 12 años programó un videojuego llamado Blastar y lo vendió, lo que le dio su primera probadita de lo que podía lograr con su mente inquieta. Su escape fue irse a América del Norte, donde estudió en universidades que nunca terminó porque la paciencia nunca fue su fuerte. Musk no construye empresas, construye futuros. Desde Tesla hasta SpaceX y Neuralink, siempre ha jugado en ligas donde otros ni siquiera saben que hay un partido. Su vida no es sólo trabajo; a veces compra autos submarinos porque le recuerdan a James Bond.

Sam Altman, en cambio, es el chico prodigio que parecía salido de una serie de ciencia ficción. Creció en St. Louis, Missouri, en una familia donde lo dejaban desarmar cualquier cosa que pudiera volver a ensamblar. Nunca terminó Stanford porque fundó una empresa tecnológica a los 19 años, pero su verdadera genialidad vino después, cuando tomó el mando de OpenAI. Altman no sólo quiere construir inteligencia artificial; quiere asegurarse de que no nos destruya en el proceso. Es un pragmático que siempre lleva una libreta para anotar ideas al vuelo y dice que lo único que teme es no entender algo que está frente a él. Su apuesta es clara: o dominamos la IA o la IA nos dominará a nosotros, pero en cualquier caso, él será el que lleve las riendas.

Jensen Huang nació en Taiwán y emigró con su familia a Estados Unidos cuando era niño. Años más tarde, mientras estudiaba ingeniería eléctrica, descubrió su pasión por resolver problemas que otros consideraban imposibles. No era el estudiante más destacado en clase, pero tenía una obsesión: encontrar formas de hacer que las máquinas procesaran información visual más rápido. Así nació NVIDIA, una empresa que cambió por completo el mundo de la computación gráfica y, con ello, el de la inteligencia artificial. Huang además de dirigir su empresa, también diseña. Es conocido por sus chaquetas de cuero negro que, según él, lo ayudan a mantenerse fiel a su estilo de liderazgo: audaz, práctico y siempre dispuesto a romper las reglas que no funcionan.

Detrás de cada uno de estos hombres hay algo más que talento. Hay rasgos que parecen tan simples y, sin embargo, son tan raros en nuestro entorno. Musk no habría sobrevivido sin su obstinación; Altman jamás habría avanzado sin su curiosidad insaciable; y Huang no habría construido su imperio sin la disciplina que aprendió en su juventud. Curiosamente, ninguno de ellos nació en un lugar especialmente preparado para su genialidad. Musk venía de una Sudáfrica dividida y violenta; Altman de un pueblo conservador; y Huang de una familia que emigró con lo puesto.

Lo que tenían era un entorno que no sofocó su hambre de aprender. Familias que les permitieron experimentar. Sistemas que no castigaron sus fracasos. En México, los genios no están ausentes; están invisibles, aplastados por sistemas que premian la obediencia, castigan la rebeldía y limitan la imaginación. Hay niños en Oaxaca que podrían reimaginar el futuro, pero no encuentran la puerta para salir. Hay jóvenes en Monterrey que sueñan con cambiar el mundo, pero terminan atrapados en la maquinaria corporativa.

Musk, Altman y Huang nos enseñan que no se necesitan recursos infinitos, sino ideas y una obsesión casi patológica por hacerlas realidad. Tal vez el próximo visionario mexicano no está pensando en cohetes ni en procesadores, sino en resolver problemas que son endémicos de nuestro país. Tal vez está en una universidad pública desarmando una máquina vieja. O escribiendo en un cuaderno que nadie valora. O soñando despierto con algo que los demás ni siquiera entienden. Quizás podría ser tu hija, tu hijo, algún amigo o conocido de ellos, o un pequeño que vez pidiendo dinero en la calle.

Lo único claro es que, si no cambiamos las reglas, esos genios seguirán naciendo, pero no se desarrollarán. Estimulemos la imaginación y encaminemos la rebeldía a la creación. Voy bien o me regreso? Nos vemos pronto, si el trabajo, mi imaginación y la IA lo permite. Excelente inicio de año.

Placeres culposos:

Para empezar el año, dos películas en el cine, 4 libros, dos de ficción y 2 más de no ficción.

Películas: Cónclave y Nosferatu a ver qué tal.

Libros:

No ficción: Michio Kaku, supremacía cuántica y Richard Danaff & Allen Packewood, El día D de Churchill.

Ficción: Elísabet Benavent, Esnob y Jorge Volpi, la invención de todas las cosas.

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