POR ANDRES OPPENHEIMER
BUENOS AIRES.- A juzgar por lo que me dijeron varios presidentes latinoamericanos en entrevistas recientes, creo que una potencial victoria de Donald Trump en las elecciones del 8 de noviembre enfriaría las relaciones entre Estados Unidos y Latinoamérica, y empujaría incluso a los presidentes más pro-estadounidenses a tomar distancia de Washington.
Pocos presidentes latinoamericanos, incluso los más cercanos a Estados Unidos, arriesgarían su capital político poniéndose en contra del sentimiento generalizado, y muy justificado, contra Trump en sus respectivos países.
En una entrevista llevada a cabo en el palacio presidencial de Argentina, el presidente Mauricio Macri, un empresario de centro derecha que está tratando de alejar a su país de las desastrosas políticas populistas y anti-estadounidenses de su predecesora Cristina Fernández de Kirchner, me dijo que “sentimos mayor cercanía” con la candidata demócrata Hillary Clinton en la campaña presidencial de EEUU.
“En términos de seguir intensificando las relaciones, nos hace sentir más cómodos frente a un discurso bastante aislacionista que ha tenido el candidato Donald Trump, la posibilidad de continuar trabajando con Hillary Clinton”, me dijo Macri. Agregó que Argentina trabajaría y cooperaría con quienquiera que salga electo en Estados Unidos.
Días antes, el presidente peruano Pedro Pablo Kuczynski, quien fue por muchos años ciudadano estadounidense y trabajó en Nueva York y Miami, me dijo que le parece “desafortunado” que Trump proponga construir un muro en la frontera.
“Proponer que se haga una muralla sobre los 3,000 kilómetros de frontera y luego se diga que México tiene que pagar la muralla es escandaloso”, dijo Kuczynski.
Cuando le pregunté si le preocupa la posibilidad de que gane Trump, Kuczynski dijo: “Sin duda preocupa. Pero preocupa sobre todo la idea de proteccionismo, de romper acuerdos de comercio que han sido favorables para ambos”. Agregó que el argumento de Trump de que el libre comercio está acabando con empleos industriales en Estados Unidos es “completamente falso”, porque “lo que está ocurriendo en todo el mundo es la robotización de la industria. Eso es lo que está pasando”.
El presidente colombiano Juan Manuel Santos me había dicho en una entrevista el 9 de septiembre que “yo no voy a entrar a criticar a ninguno de los dos candidatos. Lo que le puedo decir es que soy muy amigo de Hillary. Ella nos ayudó mucho como Secretaria de Estado. La conozco muy bien. Se que nos va a seguir apoyando”.
Cuando le pregunté sobre la postura de Trump contra el libre comercio, Santos dijo: “Pues si cierra el libre comercio está en contra de lo que nosotros creemos que es lo conveniente”. Y sobre las promesas de Trump de deportar a millones de indocumentados, Santos dijo que “por supuesto que nosotros favorecemos una política mucho más generosa que la que Trump está aduciendo”.
Mi opinión: Trump ha logrado unir a Latinoamérica en su contra, con sus declaraciones de que la mayoría de los indocumentados mexicanos son “criminales” y “violadores”, así como sus comentarios racistas sobre el juez de padres mexicanos Gonzalo Curiel, y sus promesas de construir un muro en la frontera y revisar los acuerdos de libre comercio.
Es más: la fascinación de Trump por los líderes autoritarios, plasmada en sus alabanzas a los autócratas que gobiernan Rusia, Turquía y Egipto, y sus afirmaciones de que “necesitamos aliados” sin importar si respetan la democracia y los derechos humanos, es motivo de alarma en América Latina. Trump rompería con una política bipartidista de los últimos 40 años en Estados Unidos de apoyo a los derechos humanos y la democracia en la región.
No sería descabellado suponer que una victoria de Trump podría inclinar a América Latina hacia la izquierda, e incluso unir a la región en contra de Washington.
Si hasta los presidentes latinoamericanos más cercanos a Estados Unidos ven a Trump con preocupación, imagínense la presión interna de que serían objeto si Trump ganara las elecciones y cumpliera siquiera una pequeña parte de sus promesas electorales. Los desacreditados regímenes de Venezuela y Cuba estarían de fiesta, y podrían incluso recuperar parte de su influencia política.