Maribel Hastings/Asesora de America’s Voice
El gobierno de Donald Trump no ha necesitado excusas para emprender una violenta persecución contra inmigrantes y todo el que luzca “extranjero” aunque sea ciudadano, por lo cual no sorprende que explote la emboscada a los guardias nacionales en Washington, DC a manos de un ciudadano afgano para intensificar su cruzada antiinmigrante.
Y es que Trump está aplicando lo que The Wall Street Journal y otros catalogan como un “castigo colectivo” contra el resto de los afganos que ayudaron a Estados Unidos durante los 20 años que ocupó esa nación previo a que el régimen Talibán retomara el poder. Afganos que de volver a su país enfrentarían una muerte segura por parte de un gobierno que los considera traidores.
Muchos de los más de 190,000 afganos que ingresaron a Estados Unidos mediante el programa Operación Aliados Bienvenidos ahora se encuentran en un limbo pues el DHS frenó indefinidamente las solicitudes de ajuste migratorio de los afganos, incluido el asilo.
Aquí se aplica aquello de que pagan justos por pecadores porque las malas acciones de uno afectan a toda una comunidad. Es como si un estadounidense cometiera un crimen y todos los estadounidenses fueran tachados de criminales por los actos de un solo individuo.
Pero los excesos ya van más allá de los afganos. El martes se anunció la suspensión de ajustes migratorios, incluyendo residencia y ciudadanía, de ciudadanos de 19 naciones consideradas de alto riesgo, incluidas Cuba y Venezuela. La lista incluye a somalíes, blanco de una diatriba de Trump el martes quien los catalogó como “basura” y de hecho, Minnesota, donde reside una amplia comunidad somalí que en su mayor parte son residentes autorizados, parece ser el próximo blanco de los operativos de Trump.
La prohibición de viajes y de beneficios migratorios protegidos como el refugio y el asilo, así como la inmigración autorizada a Estados Unidos siempre han estado en la mira de la administración. Pero ahora, tras el fatal tiroteo de la víspera de Acción de Gracias, Trump siente que todo está permitido.
Recordemos que en su primera administración expresó su repudio a la inmigración procedente de lo que llamó “países de mierda” como Haití y naciones africanas lamentándose de que no ingresaran más noruegos a Estados Unidos. El prejuicio y el racismo motivan su política migratoria.
Ahora la Secretaria del DHS, Kristi Noem, dirige la orquesta promoviendo un veto de viajeros de lo que llamó países “invasores”, la teoría conspirativa de que hay una “invasión” por la frontera sur que justifica todos sus excesos.
Todavía grupos legales y pro inmigrantes intentan descifrar en qué consisten todas las restricciones migratorias que el gobierno de Trump planifica implementar. Pero es seguro que enfrentarán retos legales en los tribunales donde también se libran las batallas por los violentos operativos de ICE y de la Patrulla Fronteriza en ciudades lideradas por demócratas.
Aunque el gobierno de Trump insiste en que van tras criminales, las cifras cuentan otra historia. El diario The Washington Post reportó que de los 4,000 arrestos producidos por el operativo Midway Blitz en Chicago, apenas 120 poseen historial delictivo.
Trump desplegó la Guardia Nacional en Washington, DC y en otras ciudades sin justificación alguna como parte de un teatro político para crear una crisis donde no la había para implementar sus políticas migratorias extremistas y violentas con el fin de aterrorizar a la comunidad inmigrante hasta que se autodeporte. Pero su red ha capturado y maltratado también a ciudadanos estadounidenses víctimas de perfiles raciales.
Trump también desvía recursos de las diversas agencias federales para destinarlo todo a su guerra antiinmigrante descuidando áreas como el combate al terrorismo y al narcotráfico.
En este último tema, la estrategia de Trump está llena de contradicciones. Por un lado, desvía agentes y recursos y lo sustituye con el bombardeo de lanchas de presuntos narcotraficantes en el Mar Caribe mientras coquetea con una intervención militar en Venezuela.
Al mismo tiempo, muestra un doble estándar y una hipocresía sin par porque mientras dice combatir al narcotráfico indulta a narcotraficantes como el expresidente de Honduras, Juan Orlando Hernández. Este cumplía una sentencia de 45 años de prisión por conspirar para traer a Estados Unidos más de 400 toneladas de cocaína.
Es decir, si el narcotraficante es de derecha, no hay problemas. Trump solo parece tener problemas con los narcotraficantes de izquierda o narcocomunistas, como él los llama.
Porque Trump persigue y deporta violentamente a los inmigrantes que contribuyen a este país, pero perdona a narcotraficantes.

