Hay buenas noticias de Argentina: las últimas encuestas muestran que el gobierno populista de izquierda que ha destruido la economía del país en los últimos años probablemente será derrotado en las urnas en las elecciones presidenciales del 22 de octubre.
Hace pocos días, poco antes de la fecha límite del 24 de junio para que los partidos políticos presentaran sus candidatos para las primarias que se realizarán en agosto, un promedio de cinco encuestas publicadas por Bloomberg en Línea mostró que las dos coaliciones opositoras cuentan con el apoyo de casi el doble de votantes que el partido gobernante.
La alianza opositora de centroderecha Juntos por el Cambio del ex Presidente Mauricio Macri, quien no se postulará como candidato, lidera con el 30 por ciento del voto. Le sigue la coalición oficialista del presidente Alberto Fernández y la vicepresidente Cristina Fernández de Kirchner, “Unión por la Patria”, con un 26 por ciento.
En tercer lugar está el partido opositor derechista-libertario La Libertad Avanza, liderado por el diputado Javier Milei, con el 18 por ciento del voto, y el resto corresponde a los votantes indecisos.
Pero sería casi un milagro que el oficialismo ganara las elecciones de octubre, porque es poco probable que obtenga el apoyo de los votantes indecisos. Con una inflación anual del 114 por ciento, una economía estancada, altos índices de criminalidad y cargos masivos de corrupción contra las principales figuras del gobierno, el oficialismo tiene una tasa de desaprobación del 70 por ciento.
Incluso si la alianza oficialista llegara a una segunda vuelta electoral, que se haría en noviembre, sus posibilidades de ganar serían escasas. Lo más probable es que los votantes antiperonistas se unan en contra del candidato del gobierno.
En una entrevista reciente, Milei me dio a entender que probablemente respaldaría a un candidato de Juntos por el Cambio si él no llegara a la segunda vuelta.
“Yo no tengo ningún tipo de inconveniente de apoyar todas las medidas pro mercado que se impulsen,” me dijo Milei. “De hecho, muchas veces apoyamos a Juntos por el Cambio cuando propuso herramientas y leyes pro mercado en el Congreso”.
Agregó que “nosotros siempre apoyamos la libertad y siempre hemos estado en contra de las ideas que van en perjuicio de los argentinos, que tienen que ver con las ideas de la izquierda”.
Aunque no ha sido un secreto que la oposición argentina tiene buenas posibilidades de ganar, me había resistido a escribir una columna adhiriendo a ese pronóstico hasta ahora.
Quería esperar y ver a quién elegiría la vicepresidente Fernández de Kirchner, el verdadero poder detrás del trono en el gobierno actual, como el candidato de la coalición gobernante.
Eso se debe a que en el 2019 Fernández de Kirchner sorprendió a todos con una jugada maestra: consciente de sus altos índices de desaprobación, optó por postularse para la vicepresidencia y eligió a su ex jefe de gabinete Alberto Fernández, quien era percibido como más moderado, como el candidato presidencial.
La idea era usarlo para captar votos de centro, y le funcionó: ganaron las elecciones.
Pero eso no pasará esta vez, porque el candidato presidencial recién anunciado por la coalición oficialista, el ministro de Economía Sergio Massa, no tiene a su favor el elemento sorpresa ni un historial convincente para cortejar a los votantes indecisos.
Ha sido bajo la gestión de Massa como ministro de Economía que Argentina ha alcanzado su actual tasa de inflación de tres dígitos. Independientemente de lo que Massa prometa durante su campaña para reducir la inflación, los críticos le dirán: “¿Y por qué no lo hiciste mientras eras ministro de economía?”. Por ahora, Massa tiene planeado seguir siendo ministro hasta octubre.
La aspirante presidencial opositora, Patricia Bullrich, tuiteó poco después del anuncio de Massa: “El incendiario se postula como bombero”.
El nombramiento de último minuto de Massa como el “candidato de unidad” del peronismo fue una jugada defensiva para asegurar el voto de la base peronista, pero difícilmente seducirá a muchos votantes independientes.
Es una señal de la agonía del Kirchnerismo, después de años de políticas populistas que han dejado al país más pobre que nunca en los últimos tiempos.
Su ocaso debería ser motivo de celebración en Argentina, y en toda América Latina.