Ángeles Sin Fronteras: un gesto de amor nacido del dolor

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Lo que comenzó como una experiencia personal ante una dura enfermedad, se transformó en un movimiento de esperanza que ha cambiado la vida de muchas mujeres. Tere Castelo, mejor conocida como “Tere”, es la fundadora del programa Ángeles Sin Fronteras, una iniciativa que nació hace 13 años luego de ser diagnosticada con cáncer.

“Cuando me dio cáncer y empecé mis quimioterapias, vi de cerca la pobreza y las carencias que muchas mujeres enfrentaban del lado mexicano”, relata Tere con la voz entrecortada. “Escuchaba a compañeras decir que apenas tenían para pagar el camión o que tenían que elegir entre desayunar o ir a su cita. Verlas con pelucas rotas o sin recursos para seguir su tratamiento me rompió el corazón.”

Fue precisamente ese sentimiento lo que la motivó a actuar. Durante sus propias sesiones de quimioterapia, Tere comenzó a reunir donaciones de amigos y conocidos —almendras, revistas, pañuelos, pelucas— para llevar a las pacientes del hospital. “A la segunda quimio ya llevaba cosas para regalar. Todo lo que me daban mis amigas lo compartía. Así empezaron los Ángeles Sin Fronteras, primero en Mission y luego en McAllen, y poco a poco se fue uniendo más gente.”

Pero el apoyo de Ángeles Sin Fronteras va mucho más allá de regalar pelucas. El programa busca acompañar emocional y materialmente a mujeres que atraviesan por el cáncer, gestionando patrocinios, donaciones y talleres que les devuelvan confianza y dignidad.

Tere también recuerda una experiencia personal que marcó su misión:
“Cuando se me cayó el cabello, fui a comprar una peluca. Me costó mucho dinero y nadie me explicó cómo usarla, ni que debía llevar una malla o ajustarla. Me la probé, me sentí mal y nunca la volví a usar. Pasé todo mi tratamiento con pañoletas y sombreros. Eso no debería pasarle a ninguna mujer. Por eso insisto tanto en que se les enseñe, que se sientan seguras, en control.”

Hoy, Ángeles Sin Fronteras es un símbolo de solidaridad que sigue creciendo gracias al corazón incansable de su fundadora y de todos los que se han sumado a su causa.
“Esto lo hago porque sé lo que se siente estar del otro lado. Si puedo aliviar un poco ese dolor, ya vale la pena,” concluye Tere, con una sonrisa llena de fuerza y esperanza.

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