Para La Red Hispana
¿Qué motiva a las estrellas del box y campeones ucraniamos Vasyl Lomachenko, Oleksandr Usyk y Vitali Klitschko, y a la súper modelo Anastasia Lena a dejar atrás su vida de fama y gloria para enfundarse en el uniforme militar de su país?
¿Qué mueve a Yuriy Vernydu, entrenador del equipo de fútbol profesional Sheriff Tiraspol, a sustituir la celebridad del balompié por una bayoneta?
¿Qué lleva a miles de ucranianos a no huir del peligro y a permanecer en su país para combatir a los invasores de Rusia, con su poderío militar superior?
La respuesta es sencilla: el amor a la patria. El ejercicio de la dignidad para defender el principio fundamental de la soberanía nacional. La idea elemental de que, ante una injusticia incuestionable, siempre se tiene el valor y la dignidad personal como las mejores armas para defenderse, al costo que sea.
Es absolutamente entendible y justificable que miles de ucranianos hayan tenido que salir de su país y refugiarse en Polonia, abarrotando los pocos vagones de ferrocarril que hacen el trayecto. Se trata de un acto básico de supervivencia: proteger a los hijos de las consecuencias trágicas que suelen acompañar las atrocidades de la guerra.
Pero cuando la corresponsal de la cadena CNN, Clarissa Ward, le preguntó a una residente de Kharkiv por qué había decidido quedarse en la ciudad, la mujer le respondió con mucha entereza que ella no tenía por qué huir, que Ucrania era su patria y que si alguien tenía que salir, eran los invasores rusos.
Y ese patriotismo es el combustible que anima la voluntad inquebrantable de los ucranianos a contener como héroes la avanzada de uno de los ejércitos más poderosos del mundo, ante una fuerza militarmente superior, no solamente por el número de soldados, sino por la sofisticación de su armamento de guerra.
Ante los ojos del mundo, hemos visto cómo mujeres y hombres ordinarios de todas las edades, jóvenes y viejos, madres y hermanas, están empuñando un fusil y arriesgando su vida para frenar la invasión. En uno de los puentes de acceso a la capital Kiev, ese ejército improvisado contuvo a una columna de tanques rusos. Las imágenes de los restos humeantes de un tanque se hicieron virales en las redes sociales. Alguien podría rebautizar ese andamiaje como “el puente de la dignidad”.
Ucrania y los ucranianos le están dando una lección al mundo: cuando se trata de defender a la patria, a tu hogar, a tu familia, al principio de no dejarse intimidar por un bravucón y a hacer todo lo humanamente posible para frenar una injustificable injusticia, se pone todo en la raya, aún la propia vida.
Y cómo no mencionar a los miles de rusos (al menos 6,000 ya fueron arrestados) que pusieron su propia seguridad en riesgo para condenar en las calles la inadmisible invasión ordenada por su presidente. Y decenas de miles más que lo han hecho en ciudades europeas y aquí en Washington, Boston y otras ciudades. Cada vez más gobiernos y organizaciones imponen sanciones a Rusia y se solidarizan con Ucrania enviándole armas y alimentos.
Aún no conocemos el desenlace de esta invasión abominable, pero el mundo le está dando una lección a Vladimir Putin: Todos somos Ucrania.