Dinamarca se ha convertido en el primer país en levantar todas las restricciones internas para combatir el COVID-19 y permitir que la gente regrese a una vida completamente normal. Pero no estoy muy seguro de que lo que funciona para Dinamarca funcione para el resto de nosotros, al menos no todavía.
Llegué a esa conclusión después de entrevistar al ministro de salud danés, Magnus Heunicke, y luego de la decisión de Noruega y otros países europeos de comenzar a desmantelar sus propias restricciones. Al menos cinco estados de Estados Unidos —Nueva York, Nueva Jersey, Oregón, Connecticut y Delaware— anunciaron en días recientes que levantarán sus propias regulaciones que exigían el uso de máscaras faciales en muchos lugares.
Curiosamente, Dinamarca anunció su decisión el 1ro. de febrero, cuando el virus seguía creciendo y el país tenía una de las tasas de contagio de COVID-19 más altas del mundo, según el sitio de internet Our World in Data de la Universidad de Oxford.
Pero el ministro de Salud, Heunicke, me dijo que el aumento de los contagios no fue obstáculo para la decisión del gobierno porque el país ya había logrado su objetivo de proteger a los ancianos. El virus ya no es una “amenaza crítica” porque casi todos los adultos mayores de 65 años están vacunados, y la variante ómicron no es tan letal como la anterior, me explicó.
“Cuando miras a las personas mayores de 65 años en Dinamarca, el 94% de ellos han recibido tres inyecciones,” me dijo Heunicke. “Así que eso es muy importante, y explica en gran parte por qué podemos hacer esto en una etapa temprana en Dinamarca.”
Entre la población general, el 80% de los daneses ya se dieron dos vacunas, y el 60% se dieron tres.
Dinamarca ahora sólo requiere que los visitantes extranjeros muestren un comprobante de vacunación cuando ingresan al país. Pero una vez que uno está dentro del país, se han suspendido todas las restricciones. “Todo está abierto. Los clubes nocturnos, bares, restaurantes y cines están abiertos, y no es necesario usar máscaras faciales en las áreas públicas,” me dijo el ministro. “La única excepción es cuando uno visita hogares de ancianos y hospitales.”
Cuando le mencioné que la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha declarado que “es prematuro que cualquier país se rinda o declare la victoria,” y que está “preocupada” de que otros países se apresuren a seguir los pasos de Dinamarca, Heunicke asintió con la cabeza.
“Bueno, siempre es prudente escuchar con mucha atención a la OMS y luego mirar sus propios números,” respondió. “Es por eso que esto no es algo que recomendamos que todos los demás países hagan mañana mismo.”
Estados Unidos y la mayoría de los países latinoamericanos están muy por detrás de Dinamarca en la vacunación de su gente.
Sólo el 44% de los estadounidenses de 65 años o más ha recibido un refuerzo o una dosis primaria adicional de la vacuna, informó los Centros para el Control de Enfermedades (CDC) en diciembre.
En América Latina, donde las tasas de vacunación en la mayoría de los países son más bajas que en Estados Unidos, levantar las restricciones por el COVID-19 sería aún más peligroso.
“Tenemos que tener en cuenta que Europa está uno o dos meses delante de America Latina en el tiempo,” me dijo Jarbas Barbosa, un alto funcionario de la Organización Panamericana de la Salud. “La variante ómicron comenzó a circular en Europa mucho antes que en América Latina.”
Por lo tanto, no podemos comparar a Europa con Estados Unidos, o América Latina a la hora de levantar las restricciones contra el COVID-19. Mientras que Dinamarca y otros países europeos tienen prácticamente todas sus poblaciones de mayores de 65 años vacunadas con tres inyecciones, y la variante ómicron ya ha comenzado a disminuir, en el continente americano estamos muy lejos de haber llegado a esos niveles.
De manera que felicitemos a Dinamarca por lo que está haciendo y aceleremos drásticamente la vacunación en nuestros países, pero no cometamos el error de decir: “Si lo hacen en Dinamarca, podemos hacerlo aquí.” No podemos hacerlo, porque son casos muy diferentes.