El presidente de El Salvador, Nayib Bukele, de 39 años, tiene una tasa de popularidad del 90% en su país, quizás la más alta de la región. Pero el poder se le ha subido a la cabeza, y su reciente golpe contra el poder judicial amenaza con convertirlo en un nuevo dictador latinoamericano.
El 1 de mayo, la supermayoría legislativa del partido Nuevas Ideas de Bukele destituyó a cinco miembros clave de la Corte Suprema y al fiscal general del país, en lo que la mayoría de los expertos legales coinciden fue una medida claramente inconstitucional. Bukele aplaudió la medida de inmediato.
Para su crédito, el gobierno del presidente Joe Biden denunció el golpe legislativo de Bukele. La vicepresidente Kamala Harris dijo en un discurso del martes 4 de mayo que “Justo este fin de semana, nos enteramos de que el congreso salvadoreño tomó medidas para socavar el tribunal más alto de su país. Un poder judicial independiente es fundamental para una democracia saludable y una economía fuerte… Debemos responder”.
El secretario de Estado, Antony Blinken, tuiteó el 2 de mayo: “Hablé hoy con el presidente salvadoreño @NayibBukele para expresar serias preocupaciones sobre la decisión de ayer de socavar al máximo tribunal de El Salvador y al fiscal general (Raúl) Melara”.
Juan S. González, el principal asesor de Biden en asuntos latinoamericanos, tuiteó refiriéndose a las acciones de Bukele: “Así no se hace”.
No recuerdo ninguna respuesta tan sincronizada y desde niveles tan altos del gobierno de Estados Unidos sobre los abusos de un país centroamericano en muchas décadas. Fue un agudo contraste con el vergonzoso silencio del gobierno del ex presidente Donald Trump sobre los abusos anteriores del presidente salvadoreño.
Pero me pregunto si Biden no debería dar un paso más. A diferencia de lo que ocurre con las dictaduras de Venezuela y Cuba, Estados Unidos tiene una enorme influencia económica en El Salvador.
Santiago Cantón, un experto en derechos humanos y democracia que encabezó una misión especial de la Organización de Estados Americanos (OEA) en El Salvador en marzo, me dijo a principios de esta semana que encontró “un grave deterioro del gobierno democrático” en ese momento. Desde entonces, “las cosas han empeorado mucho”, agregó.
Cuando le pregunté qué se debería hacer, Cantón me dijo que la OEA debería convocar una reunión hemisférica bajo la Carta Democrática Interamericana. La carta permite a la OEA suspender la membresía de países que interrumpen el estado de derecho, una decisión de último recurso que podría resultar en la cancelación de préstamos del Banco Interamericano de Desarrollo.
Biden enfrenta un serio dilema político, porque El Salvador es uno de los países del Triángulo Norte de América Central que ha causado la crisis del aumento de la migración ilegal a Estados Unidos.
Algunos diplomáticos latinoamericanos temen que las sanciones económicas a El Salvador sólo empeorarán las cosas, y crearán más pobreza, violencia y migración. Otros dicen que a menos que se le presione a Bukele para que restablezca el imperio de la ley, el joven presidente se convertirá en un dictador absoluto y El Salvador entrará en un nuevo ciclo de violencia política y una mayor crisis humanitaria.
Hay una salida. El Salvador tiene una enorme deuda externa con instituciones respaldadas por Estados Unidos, y Biden ha prometido una ayuda de $4,000 millones a El Salvador, Honduras y Guatemala para reducir las causas de fondo de la migración. Condicionar los términos de pago de la deuda y los nuevos fondos al comportamiento democrático de Bukele son herramientas poderosas en manos de Estados Unidos.
La OEA debería invocar su Carta Democrática Interamericana, como propone Cantón, y pedirle a Bukele que invite a una nueva misión a El Salvador.
Si esa misión descubre que Bukele se extralimitó en sus poderes constitucionales y le ofrece una manera de salvar la cara para reinstaurar a los juristas derrocados, la democracia salvadoreña aún podría ser rescatada. De lo contrario, tendremos que agregar a El Salvador a la lista cada vez más larga de dictadores latinoamericanos.