Si los hispanos no salen a votar, que no se quejen

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Por Andrés Oppenheimer

Uno pensaría que los hispanos van a votar en masa en las elecciones legislativas y estatales del 6 de noviembre para castigar al presidente Trump por las reducciones a los beneficios médicos, la cruel separación de familias inmigrantes en la frontera y declaraciones que presentan a los indocumentados latinoamericanos como delincuentes peligrosos. Sin embargo, las encuestas muestran una sorprendente apatía entre los electores hispanos.

¿Cómo puede ser?

La explicación más común es que la economía está bien y que el desempleo está en mínimos históricos. Pero también es cierto que las políticas económicas de Trump han beneficiado principalmente a los ricos y que la tasa de desempleo en Estados Unidos comenzó a caer significativamente desde el 2009.

Entonces, ¿por qué los electores hispanos se abstendrían de votar? Puede ser parte de una tendencia histórica. Si bien el número de electores hispanos ha aumentado en cuatro millones en los últimos cuatro años –ahora hay más de 29 millones de hispanos que pueden votar, o casi el 13 por ciento del total de votantes habilitados– la participación electoral hispana siempre ha sido baja.

Según el Centro de Investigación Pew, sólo el 27 por ciento de los electores hispanos votaron en las elecciones intermedias del 2014, en comparación con el 46 por ciento de los electores anglos. Esta vez puede no ser diferente.

“Los demócratas tienen un problema con los votantes hispanos”, advirtió el titular de un sitio web de CNN esta semana, señalando que el Partido Demócrata, el favorito entre los hispanos, podría ser golpeado en las urnas por la baja participación.

Un cruce de encuestas The New York Times y Siena muestra que el 58 por ciento de los electores blancos inscritos dicen que están “casi seguros” de votar este 6 de noviembre, en comparación con el 43 por ciento de los electores hispanos.

Teniendo en cuenta la forma en que Trump trata a los hispanos, la aparente apatía de los electores hispanos es sorprendente.

Recuerden, Trump comenzó su campaña presidencial diciendo que la mayoría de los inmigrantes indocumentados mexicanos son “criminales” y “violadores”, y prometiendo construir un muro en la frontera.

Como presidente, Trump calificó a El Salvador y Haití como “países de m…” y dijo que los inmigrantes indocumentados “infestan nuestro país”, un lenguaje que recuerda al que se usaba en la Alemania nazi contra los judíos.

Trump ha separado a miles de niños inmigrantes de sus padres y los ha enjaulado. Envió mucho menos ayuda a Puerto Rico que a Texas y Florida después de los dos huracanes que azotaron esas regiones. Además, está dificultando cada vez más a los residentes legales de Estados Unidos la naturalización, contradiciendo así sus afirmaciones anteriores de que sólo estaba en contra de la inmigración “ilegal”.

Gran parte de la fijación de Trump con la inmigración es pura demagogia. En rigor, el número de inmigrantes indocumentados ha disminuido significativamente en las últimas décadas, de 12.2 millones en el 2007 a 11.3 millones hoy, según el Centro de Investigación Pew.

El único aumento en la inmigración no autorizada ha ocurrido entre niños centroamericanos que son enviados por sus padres para que busquen una vida mejor o para salvarlos de la violencia de las pandillas. Pero Trump está demonizando a los migrantes, en lugar de fomentar el comercio y las inversiones para ayudar a los países centroamericanos a mejorar sus economías y combatir a las pandillas.

Esta semana, tratando de movilizar a su base antes de las elecciones, Trump tuiteó sobre un supuesto “asalto a nuestro país por parte de Guatemala, Honduras y El Salvador, cuyos líderes están haciendo poco para detener este gran flujo de personas, ENTRE ELLOS MUCHOS DELINCUENTES”.

Las diatribas de Trump contra los hispanos han envalentonado a muchos racistas. La Universidad Estatal de California en San Bernardino reportó un aumento del 176 por ciento en los delitos de odio contra los hispanos en las primeras dos semanas después de las elecciones del 2016.

Si los latinos no acuden a las urnas masivamente el 6 de noviembre para defender sus derechos, Trump controlará todas las ramas del gobierno como pocos antes. No habrá ningún contrapeso a sus reducciones a los beneficios médicos, ni a sus políticas contra los inmigrantes, ni a sus discursos denigrantes para los latinos. Y los primeros afectados serán los propios hispanos.