Por Andrés Oppenheimer
Esta es una mala noticia para el futuro de las relaciones interamericanas: el flujo de estudiantes latinoamericanos a las universidades de Estados Unidos está cayendo. Y está disminuyendo a un ritmo más rápido que el de los estudiantes de muchas otras partes del mundo.
Según un nuevo reporte del Instituto de Educación Internacional de Estados Unidos y el Departamento de Estado, titulado “Puertas Abiertas”, la cantidad de nuevas inscripciones de estudiantes de América Latina se redujo en un 3.7 por ciento este año. Algunas de las mayores caídas fueron de Argentina (10 por ciento), Brasil (9.3 por ciento), México (5.3 por ciento) y Uruguay (25 por ciento).
Comparativamente, el número de estudiantes extranjeros de China e India, que son los países con mayor número de estudiantes en Estados Unidos, creció ligeramente en un 1.3 por ciento y un 0.5 por ciento este año, respectivamente.
La caída de nuevos estudiantes extranjeros desde que asumió el presidente Donald Trump hace dos años es una mala noticia para Estados Unidos desde el punto de vista económico, político y académico.
Económicamente, los 1.1 millones de estudiantes extranjeros de todo el mundo en las universidades de Estados Unidos contribuyen con $42,000 millones al año a la economía estadounidense. Muchos estudiantes extranjeros pagan su matrícula completa, lo que permite a las universidades usar parte de ese dinero para ayudar a subsidiar a estudiantes estadounidenses.
Pero el daño político a largo plazo podría ser aún mayor. Los estudiantes extranjeros a menudo regresan a sus países y se convierten en líderes políticos, empresariales o académicos. Además, ayudan a que muchos de sus compañeros estadounidenses aprendan a conocer más el mundo.
¿Es casual que el número total de nuevos estudiantes extranjeros haya disminuido desde que Trump asumió el cargo? ¿Y que una de las mayores caídas regionales fue la de América Latina? Probablemente no.
Las palabras de un presidente pesan. Si un joven mexicano escucha al Presidente de Estados Unidos denigrar constantemente a los inmigrantes mexicanos, pintando a la mayoría de ellos como criminales y violadores, es probable que prefiera estudiar en otro lado que no sea Estados Unidos.
Lo mismo con un joven salvadoreño que escucha al presidente Trump calificar a su país como un “país de m…”. Los ataques de Trump contra los inmigrantes, las imágenes de familias separadas en la frontera y de niños enjaulados, hacen que muchos latinoamericanos no se sientan bienvenidos en Estados Unidos.
El turismo extranjero en Estados Unidos cayó en 2017 a pesar de un aumento general del turismo en todo el mundo, según la Asociación de Viajes de Estados Unidos y el Consejo Mundial de Turismo.
Autoridades universitarias estadounidenses me dicen que la caída en los nuevos estudiantes latinoamericanos se debe en parte a factores locales, como la crisis económica de Brasil.
“Estos últimos datos de Open Doors deben ser motivo de preocupación”, me dijo Julio Frenk, presidente de la Universidad de Miami. “Si bien hay factores locales de los países involucrados, es difícil pensar que la retórica actual de Estados Unidos (contra la inmigración) no tenga nada que ver con la disminución de nuevas inscripciones desde América Latina”.
Frenk agregó que muchos estudiantes latinoamericanos podrían estar estudiando la posibilidad de continuar su educación universitaria en otros países de habla inglesa, como Canadá o Gran Bretaña.
Después de la elección de Trump, hubo un aumento en las búsquedas de internet de las universidades canadienses, que puede haber provenido de estudiantes extranjeros. Y un número creciente de universidades europeas están impartiendo cursos en inglés, para atraer a estudiantes extranjeros que quizás no quieran ir a Estados Unidos.
Para poner las cosas en contexto, las universidades de Estados Unidos siguen siendo clasificadas como las mejores del mundo, y el país sigue siendo el mayor destino para los estudiantes extranjeros.
Sin embargo, Trump ha complicado las cosas al crear una falsa crisis migratoria –de hecho, la cantidad de inmigrantes ilegales está muy por debajo de lo que era hace 10 años– y ahuyentando a muchos estudiantes y turistas. Su discurso xenófobo no es sólo poco ético, sino francamente estúpido, y malo para la economía estadounidense.