Ginebra, (Notimex).- El temor y los rumores sobre presuntos efectos negativos de las vacunas se han vuelto los mejores aliados de enfermedades como la varicela y el sarampión, que habían sido erradicadas y que hoy retornan con fuerza. Voces expertas llaman a volver a la inmunización obligatoria.
La inmunización no ha estado exenta de polémica desde sus orígenes, pero la paradoja actual es que mientras naciones en desarrollo buscan asegurar el acceso universal a las vacunas, en los países desarrollados existen sectores con recursos económicos e infraestructura médica que rechazan la vacunación.
Entre las causas se encuentran diversas creencias que las han convertido en un riesgo real para la salud pública.
Ante emergencias sanitarias que ponen en riesgo a millones de personas se desarrollan vacunas como la experimental rVsV-ZEBOV para el ébola, tras la epidemia de 2014-2016 en África Occidental y usada ante el actual brote de la enfermedad en la República Democrática del Congo.
Otro caso es la Dengvaxia CYD-TDV contra el dengue, de la que se realizan pruebas en diversos países desde 2015.
A fines de marzo, mientras se reportaban 65 mil casos de varicela en campamentos de refugiados roghinyas en Bangladesh por falta de vacunas y se movilizaban agencias de salud y el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), médicos en Estados Unidos criticaban al gobernador de Kentucky, que en pleno brote en su estado defendió el contagio directo.
El gobernador Matt Bevin dijo a la radio local WKCT que sus nueve hijos contrajeron la varicela a propósito, pues “encontramos un vecino que la tenía, y me aseguré de que cada uno de ellos se contagiara”.
Ante ello, la pediatra Candice Dye dijo a la cadena ABC: “no sé por qué expondría a su hijo a algo que podría tener serias complicaciones si la vacuna permite producir antígenos para que no tengas la experiencia completa”.
Uno de los temas que ha encendido las alarmas es la propagación del sarampión, que según reveló un informe preliminar de la Organización Mundial de la Salud (OMS), registró 300 por ciento más casos en el primer trimestre de 2019 respecto al mismo periodo de 2018.
Los casos pasaron de 28 mil 124 casos en 163 países a 112 mil 163 casos reportados de manera preliminar en 170 países, siempre según la información oficial difundida.
Aunque los mayores brotes de esta enfermedad corresponden a países en conflicto como la República Democrática del Congo y Yemen, o con altas tasas de pobreza como Madagascar o Filipinas, la OMS alertó sobre la propagación del sarampión.
Sobre todo entre poblaciones sin vacunar de naciones con altos niveles de cobertura sanitaria como Estados Unidos, Israel, Tailandia y Túnez.
El sarampión “se puede prevenir casi por completo con dos dosis de una vacuna segura y efectiva”, pero la cobertura global de la primera dosis se ha estancado en 85 por ciento, por debajo del 95 por ciento necesario para prevenir brotes.
Para la segunda dosis el porcentaje es de 67 por ciento, indicó el reporte provisional mensual de la OMS de este mismo mes de abril.
Los supuestos riesgos de las vacunas son incomparables con los peligros y costos para la salud que implica el contagio de estas enfermedades, pues como apunta la OMS, “incluso en países de altos ingresos, las complicaciones resultan en la hospitalización en hasta una cuarta parte de los casos, y pueden llevar a discapacidad de por vida, desde daño cerebral y ceguera hasta pérdida auditiva”.
La OMS también aclara que buena higiene, saneamiento y agua salubre “son insuficientes para detener las enfermedades infecciosas y la vacunación sigue siendo necesaria”, pues sin “la llamada inmunidad colectiva”, enfermedades que “se han vuelto raras, como la tos ferina, la poliomielitis o el sarampión, pueden reaparecer rápidamente”.
Las vacunas, que deben su nombre al uso de anticuerpos producidos por las vacas para tratar la viruela en el siglo XIX, han sido uno de los métodos preventivos más efectivos para hacer frente a enfermedades infecciosas, y la lista de afecciones evitables por medio de la inmunización sigue en crecimiento.
A partir de que el médico inglés Edward Jenner introdujo la inmunización contra la viruela a principios del siglo XIX, basado en el saber popular sobre la inmunidad que adquirían las personas que ordeñaban vacas por una variante de esa enfermedad, hubo médicos y religiosos que se opusieron al método y a la vacunación obligatoria en 1853. Ganaron adeptos en Estados Unidos y otros países.
A finales del siglo XIX, el investigador francés Louis Pasteur postuló la idea de que inocular gérmenes muertos o debilitados en laboratorio permitiría que el organismo humano reaccionara produciendo anticuerpos que impedirían contraer la infección en su forma agresiva, y desarrolló la vacuna contra la rabia, lo que abrió un nuevo campo de investigación y producción de medicamentos.
Durante la Primera Guerra Mundial, una epidemia de influenza se propagó entre 1918 y 1919 en países de América y Europa y dejó unos 40 millones de personas muertas, mostró los riesgos de este tipo de virus y la necesidad de crear medios para evitar su propagación.
Después de la Segunda Guerra Mundial, comenzaron a realizarse campañas periódicas para la aplicación de vacunas, en especial entre niños en edad escolar, para enfermedades como la viruela y la tuberculosis, y en la década de 1950 para la poliomielitis, además de vacunas polivalentes.
Desde la década de 1970, además de las campañas de vacunación, se usan cartillas para programar las vacunas a partir del nacimiento, y en el campo de la investigación, las técnicas para su elaboración también se modificaron, del uso de gérmenes vivos a la utilización de células muertas o inactivas, para enfermedades como la poliomielitis o la hepatitis.
En la actualidad, se utilizan proteínas u otras fracciones de los microorganismos, suficientes para producir una reacción defensiva, como las vacunas contra la meningitis o algunos tipos de influenza, y hay investigaciones en curso que han dado resultados con vacunas recombinantes contra el virus del papiloma humano (VPH) y ciertos tipos de cáncer.
En la mayoría de países con esquema básico de vacunación, se prevé la inmunización contra la difteria, el sarampión, las paperas, la tos ferina, la poliomielitis, la tuberculosis, la rubeola, el tétanos y la varicela.
También existe la opción de vacunación contra la hepatitis A y B, rotavirus, algunas cepas de influenza, el VPH, la meningitis y otras enfermedades, de acuerdo con las fuentes consultadas.
La oposición a las vacunas se basa hoy en el temor por reportes como el del hospital pediátrico de Londres de Great Ormond, que en la década de 1970 reportó a 36 niños con problemas neurológicos tras recibir la vacuna triple DPT (difteria, tos ferina y tétanos), sin que estudios posteriores comprobaran una relación de causa y efecto entre la inmunización y el sistema nervioso.
En 1998, otra investigación del médico británico Andrew Wakefield, publicada por la revista especializada The Lancet, cuestionó la seguridad de la vacuna MMR (sarampión, paperas y rubeola), a la que asoció con enfermedades del colon y autismo, lo que provocó un movimiento contra esa vacuna.
Pero, en 2004 la propia revista indicó que no debió haber publicado el informe y en 2010 se retractó de manera formal por manipulación de datos.
El Consejo Médico General del Reino Unido desautorizó la investigación de Wakefield por conflicto de intereses, pues recibió pagos para recabar presuntas evidencias legales de los posibles daños de la vacuna MMR.
“Lamentablemente, esa publicación creó un estado de pánico que produjo una disminución de las tasas de inmunización y posteriores brotes de esas enfermedades”, apuntó la OMS sobre este caso de investigación fraudulenta.
“No hay ninguna prueba de la existencia de una relación entre la vacuna triple vírica y el autismo o los trastornos del espectro autista”, puntualizó.
En Estados Unidos, donde se aceptan exenciones a la vacunación por cuestiones médicas, religiosas o creencias personales, un estudio médico mostró que los niños sin vacunación por razones no médicas tienen 35 por ciento mayor riesgo de enfermar de sarampión, como ha ocurrido con la actual declaración de emergencia sanitaria en Nueva York.
Los Centros de Control y Prevención de Enfermedades (CDC) de Estados Unidos notificaron desde 2010 un incremento de casos de tos ferina, que en 2012 alcanzaron un máximo de 48 mil, con elevadas tasas de mortalidad para los bebés, y que podrían haberse prevenido con la administración oportuna de la primera dosis, recomendada a los dos meses de edad.
En 2016, los CDC apuntaban que en Estados Unidos menos de uno por ciento de los niños tenían todas las vacunas, pero se estimaba que desde 2001 se ha cuadruplicado la proporción de menores sin vacuna alguna, situación en la que estarían unos 100 mil niños, todo un riesgo para ellos y sus comunidades.
Por la emergencia actual de sarampión, Nueva York declaró el pasado 9 de abril una “emergencia pública de salud”, que impone la vacunación obligatoria bajo pena de multa de hasta mil dólares, a fin de “proteger al resto de la comunidad y ayudar a reducir la epidemia”.
El Departamento de Sanidad y Salud revisará las cartillas de vacunación de cualquier individuo que haya estado en contacto con pacientes infectados.
Desde que comenzó la actual epidemia de sarampión en Nueva York, se han confirmado 285 casos, de los cuales 39 son adultos y 246 son menores de 18 años, al menos 21 casos requirieron hospitalización, cinco de ellos en unidades de Cuidados Intensivos.
Los actuales brotes de enfermedades han multiplicado las iniciativas legislativas en estados y países para restringir las exenciones e imponer la vacunación obligatoria, una medida que los movimientos anti-vacunación consideran un ataque a su libertad personal, pero que las autoridades sanitarias estiman una necesidad para la salud pública.