Maribel Hastings y David Torres
Con el Día de la Ciudadanía y la Constitución como telón de fondo, se redoblan esfuerzos para que los residentes permanentes elegibles se hagan ciudadanos y participen plenamente del proceso democrático en la elección de sus líderes, sobre todo de cara a los comicios generales de 2024. En Estados Unidos hay 9.2 millones de personas elegibles para hacerse ciudadanos, y el año fiscal 2022 rompió récord de naturalizaciones con 970,000, la mayor cifra desde 2008 cuando poco más de un millón de residentes permanentes se hicieron ciudadanos.
Es decir, hay una respuesta cada vez mayor a la necesidad de ser y sentirse parte de esta nación con plenos derechos, no sólo para participar políticamente, sino para solidificar aún más el laboratorio social que es y ha sido Estados Unidos a lo largo de su historia.
Pero mientras organizaciones a través del país promueven la naturalización, por una parte, y el registro de votantes, por otra, diversos sectores extremistas también se preparan, pero en su caso para intimidar electores e interrumpir el curso del proceso democrático. Es una reacción incomprensible que no tiene otro sustento que en el racismo y la discriminación, como si con esas actitudes extremistas, que también han probado ser violentas, se quisiera poner fin a la historia de un país de inmigrantes.
El diario La Opinión, por ejemplo, escribió sobre el informe Las Armas y la Votación, del Brennan Center for Justice y el Giffords Law Center, el cual concluye que en un ambiente político polarizado como el que vive el país, donde la desinformación es la orden día y donde hay más armas que gente, la violencia y la intimidación de votantes son una amenaza real.
El reporte indica que solamente 12 estados y Washington, D.C., prohíben la portación abierta y oculta de armas de fuego en los centros de votación. Los estados, agrega el informe, deben prohibir las armas en los lugares donde se vota o se cuentan los votos, así como promulgar leyes más estrictas contra la intimidación.
En 2020, la mentira promovida por Donald Trump y sus seguidores de que le “robaron” la elección y con ello la presidencia, desembocó en el motín del 6 de enero de 2021, donde hubo muertos y heridos y cuyo único fin era impedir que se certificara el legítimo triunfo de Joe Biden en las urnas. A lo largo de su campaña de reelección, Trump fomentó la idea de que si perdía era por “fraude” del sistema electoral y, de hecho, para esos comicios hubo reportes de intentos de intimidación o de entorpecer el proceso, sobre todo en lugares donde las minorías predominan en el electorado.
Esto es, el discurso central del expresidente fue abriendo una brecha desinformativa entre los suyos, que aún hoy tiene un impacto peligroso en un contexto preelectoral en el que las campañas de esa clase ya se preparan para seguir fomentando una idea errónea de la realidad, tan sólo por lograr puntos políticos de manera conveniente.
Por ejemplo, ahora Trump enfrenta cargos criminales por su rol en la intentona de golpe de estado, pero eso no ha impedido que siga con su campaña de desinformación pregonando la misma mentira del robo electoral, ahora que quiere ser, otra vez, el nominado republicano a la presidencia.
Asimismo, son varias las masacres que pueden atribuirse a la desinformación y la retórica extremista en contra de inmigrantes y minorías. La sangre de hispanos, afroamericanos y judíos, ha sido derramada por fanáticos desequilibrados que tomaron literalmente la retórica de la “invasión” del “gran reemplazo”, que tanto Trump como otras figuras republicanas y ultraconservadoras siguen diseminando irresponsablemente.
En ese contexto, esta semana la prensa reporta sobre un repunte en el cruce de indocumentados en la frontera con México. El pasado domingo, por ejemplo, la Patrulla Fronteriza informó que entre 2,200 y 2,500 indocumentados cruzaron en masa la frontera hacia Eagle Pass, Texas, con la finalidad de entregarse a los agentes. En su mayor parte se trata de personas que quieren solicitar asilo. Es decir, gente que viene a realizar un trámite al que tiene derecho, con base no sólo en las propias leyes de Estados Unidos, sino del Derecho Internacional, independientemente de la forma como lleguen a la frontera sur. Ese es otro tema, un poco más dramático en imágenes, pero que es aprovechado para mal informar por parte de los medios periodísticos de la derecha estadounidense y por los políticos que promueven la teoría conspirativa de la “invasión” y el “reemplazo”.
Ciertamente se trata de una situación compleja, ya que desde que expiró la aplicación del Título 42 en la frontera se anticipaban los repuntes. Al principio no se materializó la masiva oleada que los republicanos aguardaban para sus fines politiqueros. El gobierno de Biden ha implementado una serie de programas para quitarle presión a la frontera, entre otros, los de permiso humanitario o parole para ciudadanos de Cuba, Venezuela, Haití y Nicaragua; y otros como Movilidad Segura para que las personas inicien el proceso de solicitud de asilo en los países donde se han abierto oficinas para esos fines.
Sin embargo, hay que entender que son cientos de miles de migrantes los que han llegado y siguen llegando. En unos casos, como en Texas, el gobernador republicano Greg Abbott los envía en autobús a ciudades gobernadas por demócratas, una vez más con fines politiqueros. Pero hay otros tantos que llevan mucho tiempo aguardando en México y los repuntes en los cruces también son cíclicos. Por ejemplo, ahora que comienza el otoño, muchos tratan de cruzar antes de que arrecie el invierno, que es tan mortal en la franja como el ardiente verano. La frontera, de hecho, tiene su propio ritmo y siempre ha sido así. No por nada es considerada la frontera más transitada del planeta.
Pero para extremistas que quieren explotar el tema políticamente, eso poco importa. Lo ven como un arma para promover desinformación, violencia e intimidación. Pero esa desinformación se combate con educación. Ahí estriba la importancia de participar del proceso democrático para proteger los derechos de quienes buscan minarlos, por ejemplo, el derecho al voto. Es una labor colectiva. Entre los millones de personas elegibles para hacerse ciudadanos, registrarse y votar seguro hay muchos que arribaron a Estados Unidos huyendo de dictaduras y regímenes totalitarios. Se trata de evitar que la semilla del odio y el extremismo germine en la nación que sigue siendo un faro de esperanza alrededor del mundo.