Por Antonio Meza
Llegó a México en las horas en que sucumbía la URSS. Él, dedicado a la docencia, a la dirección orquestal y a la creación pianística, amaneció un día sin nacionalidad, con el pasaporte de un país que ya no existía y como miembro de una nación de futuro incierto.
Anatoli Zatin, el ucraniano que dirigió los conservatorios y las orquestas de Kiev y de San Petersburgo, maestro de innumerables generaciones, estaba en Jalisco y Colima impartiendo talleres y ofreciendo conciertos cuando, de pronto, su pasaporte se quedó sin validez. De ser soviético, ahora qué era, ruso, ucraniano… ¿Y ahora qué?
La eterna hospitalidad mexicana nuevamente quedó de manifiesto: se le abrieron las puertas de nuestro país y se le dio nuestra nacionalidad; se le contrató en Colima como docente e investigador y reinició su periplo mundial, ahora como concertista mexicano. Aquí ha impartido dirección orquestal, piano y composición, que es su fuerte. Con Vlada, su mujer, conformó el dúo Petrof que ejecuta trabajos pianísticos y promueve los jóvenes talentos.
Allá lejos quedó su familia, sus alumnos y maestros… y seguramente, los restos humeantes de su piano de iniciación. Seguro que el Conservatorio de Kiev ahora está en ruinas y que sus alumnos permutaron los alientos, las percusiones y los teclados por los rifles en la defensa de la libertad y autodeterminación de su pueblo.
Hemos registrado innumerables casos de familias ucranianas que están llegando a nuestro país: bienvenidos, los conocemos por la grata experiencia de convivir casi tres décadas con Anatoli.
El arte no tiene matices políticos ni fronteras, pero cuando la bestialidad invade la vida de los hogares y las comunidades; cuando la sinrazón de las armas pasa por encima de la convivencia respetuosa, no podemos permanecer ajenos. Apoyemos a Ucrania.
Hoy por ellos, mañana por nosotros.