Por Andrés Oppenheimer
Una de las cosas más interesantes que han pasado después de la brutal represión del presidente Daniel Ortega a las protestas estudiantiles que dejaron al menos 46 muertos en Nicaragua es el hecho de que muchos de los ex compañeros de la revolución sandinista del actual mandatario -incluyendo su propio hermano- están diciendo que su régimen autoritario es insostenible.
Esa fue una mis conclusiones después de una larga entrevista telefónica con el general retirado Humberto Ortega, hermano del presidente nicaragüense, y un comandante histórico de la revolución sandinista de 1978 contra el dictador derechista Anastasio Somoza.
Para aquellos que son demasiado jóvenes para recordar, Humberto Ortega fue el fundador del Ejército Popular Sandinista después de que los sandinistas tomaran el poder en 1979. Fue el ministro de defensa y principal estratega militar de los sandinistas, y dirigió al ejército sandinista en la guerra contra los rebeldes contras respaldados por Estados Unidos en la década de 1980.
Después de la elección de un gobierno democrático no sandinista en 1990, Humberto Ortega presidió la conversión del ejército sandinista en una institución profesional. Hoy, se describe a sí mismo como un centrista, y es vox populi en Nicaragua que está en contacto tanto con su hermano como con la Iglesia nicaragüense y empresarios que se oponen al régimen.
Humberto Ortega me dijo, hablando de los últimos acontecimientos en su país, que “aquí hay un antes y un después. Este gobierno no puede regresar a como estaba antes de esta crisis, a la forma de gobierno tan monopólica y autoritaria que venía ejerciendo”.
Agregó que “la pareja presidencial (como se refieren los nicaragüenses al presidente y su poderosa esposa, la vicepresidenta Rosario Murillo) no tiene perspectivas, como tampoco las tiene la oposición. La única forma de salir de esta crisis será mediante una concertación nacional que comience con el diálogo mediado por la Iglesia”.
En días recientes, casi 50 ex guerrilleros y ex-funcionarios sandinistas, incluida la comandante Mónica Baltodano, firmaron una declaración denunciando “el carácter sanguinario de la dictadura orteguista”. Otros ex altos funcionarios del gobierno sandinista, como Ernesto Cardenal, Luis Carrión, Víctor Hugo Tinoco y Sergio Ramírez, también desde hace mucho tiempo han denunciado al actual presidente por haberse convertido en un dictador como Somoza.
La Iglesia nicaragüense se está reuniendo con el gobierno, los líderes estudiantiles y la comunidad empresarial para sentar las bases de un diálogo nacional. Los estudiantes exigen como condición previa al diálogo que planifique la renuncia del presidente Ortega, mientras que los líderes empresariales piden una reforma electoral y el restablecimiento de la independencia de la Corte Suprema y otras instituciones clave.
Otra gran demanda de los críticos del gobierno es que el gobierno de Ortega permita a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) visitar el país e investigar la reciente matanza de los estudiantes que se manifestaban en las calles. Sólo una investigación internacional podrá hacer una investigación creíble, dicen.
Cuando le pregunté sobre estas demandas, Humberto Ortega no quiso entrar en detalles, pero me dijo que “tiene que haber una transición, un aterrizaje suave, una salida constitucional, un diálogo donde se verá si se pueden adelantar las elecciones del 2021”.
Y añadió que “el resultado de este diálogo debe ser que nadie en la historia de Nicaragua vuelva a tener el poder monopólico que tuvo este gobierno. Que nadie pueda copar el poder como lo ha copado esta pareja presidencial”.
Mi opinión: No se puede descartar que el presidente Ortega apoye un diálogo nacional sólo para ganar tiempo, con la esperanza de que se enfríen las protestas estudiantiles, y que todo siga como antes.
Es por eso que los críticos del gobierno tienen razón al exigir que el diálogo incluya como pre-condiciones un compromiso para llevar a cabo una reforma electoral, la aceptación por parte del gobierno de que la CIDH venga al país a investigar la reciente matanza de los estudiantes, y un acuerdo para discutir la posibilidad de realizar elecciones anticipadas.
Cuando los propios ex compañeros de la revolución sandinista del presidente Ortega -y su propio hermano- están exigiendo una “salida constitucional” del régimen, es hora de que el presidente comience a hacer las maletas, y permita la restauración de la democracia en Nicaragua.