Para La Red Hispana
Osmán es un “dreamer” que ha esperado con paciencia el estreno de la carretera que lo lleve de su estado de incertidumbre al de la certeza de la legalización migratoria. Pero no ha esperado con los brazos cruzados: Obtuvo con mucho esfuerzo y sacrificio una licenciatura, y actualmente se desempeña profesionalmente en una importante empresa de comunicaciones para la comunidad hispana.
Su esperanza estaba cifrada en la promesa del presidente Joe Biden y del liderazgo demócrata de incluir la ruta a la videncia legal y ciudadanía dentro del paquete de infraestructura humana en el proyecto de reconciliación. Los dos primeros intentos fueron rechazados por la experta parlamentaria del Senado por considerar que implican cambios en las leyes migratorias y no corresponden a un proyecto presupuestario.
Para muchos de nosotros será evidente que el tema migratorio nunca fue una alta prioridad en las negociaciones. Pero tres legisladores, Jesús Chuy García, Lou Correa y Adriano Espaillat, bautizados como Los Tres Amigos lanzaron una cruzada personal para presionar a la líder Nancy Pelosi para que se incluyera esa carretera en el proyecto de infraestructura humana.
Al final, la realidad política, incluida la oposición del senador demócrata de Virginia del Oeste Joe Manchin, se impuso. En busca de un punto intermedio, los demócratas incluyeron una versión migratoria “Light”. Luego la ruta a la residencia legal en la naturalización, y en cambio se planteó un proceso de permisos de trabajo y protección contra las deportaciones por cinco años, renovable por un periodo adicional.
“Otros quieren más, yo también quiero todo… Nos hubiera gustado tener la legalización, pero las perspectivas no son buenas en el Senado”, reconoció Pelosi. García, Correa y Espaillat suavizaron las presiones, en parte, por una promesa de Pelosi de mantener el tema en el radar de las prioridades de los demócratas, es decir, preparar el terreno para una pelea política posterior.
Osmán entiende con claridad las circunstancias políticas, pero eso no impide que se sienta, al igual que muchos “dreamers”, decepcionado. “Uno como un peón, usado estratégicamente como una jugada política para lograr una meta, pero el pilar no se logra. En este momento siento una gran tristeza porque me doy cuenta de que quizá nada va a pasar”.
Algunos activistas consideran que un pequeño avance, es decir lograr permisos de trabajo y protección contra las deportaciones por cinco años, es mejor que nada. Pero para muchos de estos cientos de miles de jóvenes que han esperado pacientemente, la opción intermedia no es un consuelo. “Para mí no lo es. Es una resolución que tiene fecha de expiración. Como ir pintando rayas en la pared cada día que pasa”, nos dice Osmán.
Osmán no le echa la culpa a nadie en particular, ni al presidente, ni a los demócratas ni a los republicanos. Pero la clase política toda debería darse cuenta de cómo ha tratado este grupo ejemplar de Dreamers, beneficiarios del TPS y trabajadores esenciales que siguen en las trincheras de combate a la pandemia con un patriotismo y sentido de responsabilidad que la clase política debería imitar.